Psicología
Inicio General La Depresión III

La Depresión III

Publicado por Malena

La Depresión III

“…Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros” Víctor Hugo.

La depresión es una afección frecuente en la actualidad, por múltiples razones, algunas aún inexplicables para la ciencia.

La persona depresiva percibe sólo el lado negativo de la realidad. Su punto de vista lo lleva a no aceptar las cosas como son, pretendiendo tal vez un mundo utópico donde él sea el centro, porque el narcisismo es su característica principal.

Según la Teoría Psicoanalítica de Sigmund Freud, el narcisismo, en alusión al mito de Narciso y el amor a la imagen de sí mismo, es una característica de una fase intermedia del desarrollo psicosexual, entre el autoerotismo y el amor objetal, durante el cual aún no hay distinción entre el sí mismo y el pecho materno.

Si durante esa fase se produce un trauma, ya sea por ausencia o exceso de gratificación, queda fijada en la personalidad esa representación, de manera que posteriormente las relaciones de amor tenderán a ser de tipo simbiótico y dependiente, sin diferenciación yo-no yo. El narcisismo sería un estancamiento de la libido, que ninguna relación de objeto permite sobrepasar completamente.

El único mecanismo de defensa en esa etapa, es tragarse el pecho materno o rechazarlo para hacer desaparecer la excitación que le provoca la frustración o la gratificación, quedándose con la culpa por haber eliminado al objeto.

La culpa es un sentimiento presente en todas las personas que sufren de depresión que se acentúa en situaciones de pérdidas.

Resulta difícil para estas personas elaborar emocionalmente estas experiencias traumáticas e integrarlas a su personalidad, cuando la fijación al trauma es tan arcaica, pero nada es imposible.

Un Cuento para pensar

Agapito y Florita

Agapito era un depresivo, y aunque ya tenía cuarenta años, siempre estaba buscando un pecho para refugiarse, un hombro para apoyarse, un brazo para aferrarse, una mano para ayudarse y también una silla para sentarse.

Él ya tenía todo eso, porque estaba rodeado de personas que lo querían, pero no le alcanzaba para alegrarse, y dejaba pasar los días pensando en forma negativa para después lamentarse.

Agapito no tenía pareja, ni hermanos, ni madre, ni padre; tampoco tenía trabajo, sólo tenía algunos fieles amigos y unos alquileres heredados.

No había mucha diferencia entre él y el ficus que tenía en el balcón, porque los dos vegetaban, pero sólo el ficus crecía mientras él sólo dormía.

Agapito era depresivo pero no tonto por eso se le ocurrió un día la idea alentadora de comprarse una computadora.

Para aprender a manejarla, Florita, la hija del encargado de su edificio, le daba clases particulares.

Mucho no aprendía pero se enamoró, y como todo depresivo que piensa en negativo se reprimió.

Florita también estaba enamorada pero tampoco dijo nada.

También ella era depresiva y no quería pensar en lo que le sucedía porque ni a soñar se atrevía.

Y así los dos siguieron juntos, él aprendiendo y ella enseñándole computación, mientras la computadora era la única testigo de ese oculto amor.

Hasta que un día pasó lo inevitable: como estaba muy ventoso a ella le entró una basurita en el ojo.

Agapito trató de ayudarla temeroso, y por primera vez se precipitó en el profundo abismo de sus ojos.

Hipnotizado por su hechizo la besó en la boca, como nunca antes había besado a otra.

Como había aprendido computación y estaba contento, al poco tiempo se mudó a otro departamento.

También encontró trabajo como secretario del gerente de un Banco y como ya no se acordaba de su depresión decidió declararle a Florita su amor.

Florita por primera vez sintió alegría de tan feliz que se sentía.

Pudo dejar al psiquiatra y a las pastillas, y su vida dejó de ser una pesadilla.

Sólo el amor los liberó de su aflicción.