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“Pienso, luego existo”. Descartes, Freud y Lacan

Publicado por Betina Ganim

Este es el cogito cartesiano, el postulado que reconocemos del filósofo Rene Descartes en su “Discurso del Método”.

Este postulado filosófico moderno interroga al psicoanálisis, en tanto éste también implica una relación con dos temáticas fundamentales: por un lado, la del ser y la verdad. Por otro, con el engaño y lo real.

Lo que hay que decir es que el cogito cartesiano “pienso, luego existo” interroga la verdad pero no del síntoma, sino del sujeto. Si piensa, el sujeto cartesiano dice, entonces “soy”.

Descartes tuvo que atravesar -para llegar a ese postulado- por múltiples cuestionamientos sobre la realidad de las cosas, la naturaleza y los pensamientos. De esta manera fue forjando un procedimiento, un método que habilita un saber.

Podemos decir que tal construcción está relacionada con la que hizo Freud. El psicoanalista vienés inventa el psicoanálisis también dirigiéndose al Otro de su época, intentando convencer al Otro de su teoría. Lo mismo Descartes, que intenta dar cuenta de su método, y al igual que Freud, para esto se sirve de la demostración.

Descartes intenta llegar a la Certeza como resultado lógico, y para esto exige la búsqueda de la verdad. En esto podemos ver un paralelismo con el analizante que se entrega a ese camino con su deseo de saber, buscando, también, la verdad.

Ese saber que recorre el análisis sufre cambios, se modifica, tiene varias “versiones” y termina depurándose, reduciéndose a una frase; como dice Miller, reduciéndose a un punto del cual no se puede ir más allá (la certeza de ideas “claras y distintas” de las que habla Descartes)

Para Descartes, la Verdad es una operación lógica que supone un Dios perfecto (como Otro consistente, la existencia de un Otro completo)

Para Lacan es el Saber esa operación lógica que supone un Otro. Hay Otro que suponemos que sabe. Y esto responde a algo que demuestran los finales de análisis: un significación última del síntoma.

Pero Descartes se encuentra con un tope en su demostración, y es que Dios no impide el error ni el mal. Es así que se ve forzado a postular un Dios capaz de engañar, para que su cogito sea verdadero. Es decir, necesita hacer de ese Otro completo, otro inconsistente; vacila esa noción de absolutismo del Otro.

Esta lógica responde también a cierta estructuración lógica del análisis, esa noción que llamamos Otro barrado, el A tachado -también leído como deseo del Otro.

Pero bien, decía que si bien encontramos esa lógica en el análisis mismo, Lacan va a decir que los semblantes -esos dispositivos ficcionales que tenemos para confrontarnos con lo imposible- ayudan a recubrir lo real del goce, ocupándose a la vez de recubrir esa inconsistencia del Otro. Porque en definitiva, el neurótico, necesita lógicamente ese Otro completo, para su estrategia propia.

La Verdad no es toda.

Es así que la resolución del síntoma por la lógica del significante, de lo simbólico, tiene su propio límite. Justamente el límite de lo real que le da a ese saber su opacidad.

Aquí, podemos decir, se separan Descartes y Lacan. A la certidumbre del cogito cartesiano, al absolutismo de la prueba se le opone la pregunta del sujeto lacaniano, el que se pregunta “¿Quién soy?” Es esa pregunta -ese sujeto que Lacan escribe tachado- la antítesis del sujeto pleno cartesiano.

Dirá Lacan “Allí donde pienso, no soy”. Y ubica al sujeto del inconsciente, al sujeto dividido por esa pregunta, justamente en el “no pienso”

Para concluir, el cogito cartesiano sitúa al sujeto en el acto de pensar. Pienso, entonces, si pienso, es porque existo. Y de eso se deduce un ser que está articulado a Otro. Estructura lógica también en lo que llamamos la primera enseñanza de Lacan: la verdad es saber.

Pero Lacan mismo desarticulará luego el cogito cartesiano, planteando su reverso: “Si pienso, entonces no soy”.