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El adicto y el malo son enfermos curables

Publicado por Malena

La persona malvada, además de resentimiento, tiene una visión del mundo como un lugar amenazante y peligroso donde todo puede pasar y donde sólo se puede vivir a la defensiva, preparado para el ataque, mediante el empleo de la violencia.

Esa persona, además de ser violenta puede ser adicta a alguna sustancia como el alcohol o las drogas, para aliviar el estado de ansiedad que aprendieron en sus experiencias negativas vividas en la infancia.

Un padre violento que castiga a sus hijos y a su mujer, tendrá hijos que aprenderán a ser violentos y es probable que caigan en una adicción.

Un acto de maldad o una adicción, está reiterando la necesidad de liberarse de la tensión que provocó un acontecimiento de temor y frustración del pasado que es revivida en el presente ante una amenaza del peligro, que pone en peligro la seguridad y la integridad.

Vivimos en una sociedad violenta que nos agobia diariamente con agresiones, poniendo a prueba nuestra capacidad de tolerancia y de resistencia a la frustración.

Los cambios cada vez más acelerados nos obligan a adaptarnos para poder sobrevivir y no todos lo logran, sufriendo una sensación de aislamiento y de pérdida de pertenencia al grupo.

Cada experiencia psicológica tiene una concomitante orgánica, creando nuevos circuitos neuronales, que a su vez condicionan la conducta.

Un acto de maldad es el síntoma de una patología mental producto de las modificaciones que sufrieron las neuronas a raíz de experiencias traumáticas y de privación en la infancia.

La neurociencia ha demostrado que el cerebro posee la capacidad de plasticidad y que todas las células tienen memoria.

Así como se transforman los circuitos cerebrales debido a circunstancias vitales de privación, también puede cambiar si ese estado de carencia se modifica.

Sin embargo, además, todas las células del cuerpo poseen memoria y ante una situación de estrés que amenace a un individuo ahora, volverán a activarse los recuerdos de antes, según las antiguas pautas.

Por esta razón las adicciones se pueden controlar pero se consideran imposibles de erradicar en forma definitiva.

No obstante, Deepak Chopra afirma desde el Ayúrveda, antigua medicina de la India, que la curación a nivel cuántico es posible, porque la memoria de la salud perfecta tampoco se pierde, ya que sólo ha sido distorsionada la inteligencia que existe en lo más profundo de las células y esto se puede modificar.

Los programas de desintoxicación, así como las psicoterapias para los problemas de conducta, aunque pueden ayudar, no son suficientes, porque tanto las adicciones, como los malos hábitos de comportamiento, se pueden controlar pero no en forma definitiva; porque a la primera situación que genere ansiedad volverán a reiterarse esas conductas.

El Ayúrveda propone que si se le ofrece al adicto o a la persona con un comportamiento antisocial, una fuente de mayor satisfacción, es altamente probable que abandonarán por completo esos hábitos.

Los estudios realizados en Estados Unidos y en Europa, han demostrado que la Meditación Trascendental que se enseña a los adictos, disminuye su ansiedad y también su deseo de consumir; y los pacientes que son tratados en las primeras etapas de su adicción tienen mayores posibilidades de curación.

La meditación, practicada diariamente, actúa sobre la memoria de las células a nivel profundo, hasta que éstas, con el tiempo, vuelven a su estado normal.

La meditación repara el camino de la inteligencia y las células seleccionarán en forma automática las señales saludables del cuerpo.

La meditación permite tomar conciencia de que somos más que un cuerpo y que la realidad tiene una dimensión mucho más amplia de la que vemos.

Algunos personas que han estado en prisión durante mucho tiempo, que aceptaron integrarse a un programa de rehabilitación basado en la fe; cambiaron drásticamente y se convirtieron en seres diferentes, capaces de comprender y amar a sus semejantes y deseosos de transmitir sus experiencias.

Fuente: «La Perfecta Salud», Deepak Chopra, Vergara, 1993.