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Terapias que Curan

Publicado por Malena

Si de un mal te quieres curar, tienes que cambiar.

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La personalidad es una estructura dinámica que incluye el temperamento, que es innato y el carácter que es aprendido.

A medida que un individuo sano interacciona con su ambiente va adoptando nuevos modos de comportamiento para poder adaptarse, de acuerdo a sus propios valores.

Los valores son el eje de una personalidad, de modo que lo que dice, hace y piensa una persona reflejará estos valores.

Los valores que son relativos, como el físico, la juventud, la posición social, la ropa de marca, etc., cambian, por lo tanto también las personas tienen que cambiar.

Cambiar es difícil, porque nos sentimos cómodos detrás de nuestra propia máscara y con las conductas automáticas que nos ayudan a no perder el tiempo para pensar.

Pero algunas conductas automáticas pueden ocasionarnos serios trastornos orgánicos.

Un caso clínico

Jorge tenía cincuenta años cuando por sus problemas digestivos que lo aquejaban desde hacía años, concurrió a mi consultorio.

El médico clínico y el especialista gastroenterólogo no habían conseguido una mejoría con sus tratamientos, por lo tanto decidieron aconsejarle una terapia del comportamiento.

Tomaba pastillas después de comer para ayudar su digestión y tenía prohibido muchos alimentos, de manera que su alimentación estaba muy restringida.

-Todo me hace mal, me decía, – tengo gases, dispepsia, constipación y diarreas intermitentes, además sufro de hemorroides que usualmente me sangran.-

Desde el punto de vista clínico estaba sano, o sea que se trataba por ahora de un trastorno funcional y no orgánico.

Los trastornos funcionales se pueden mejorar notablemente si la persona afectada cambia.

Pero es difícil cambiar, porque esto exige un cambio de mentalidad, un nuevo modo de ver la realidad.

Jorge era un alto ejecutivo de una empresa y estaba siempre apurado. Su personalidad era tipo A, hiperactiva y competitiva, que disfruta de los nuevos desafíos para probarse a si mismo.

Ni bien comenzó a hablar me di cuenta que estaba deprimido por sus malestares que le preocupaban y su excesiva actividad le permitía no pensar.

Era un caso muy difícil, porque para curarse tendría que cambiar su forma de vida y sus valores.

Le pregunté si quería seguir viviendo de esa manera o si prefería seguir sufriendo siendo igual; y me contestó, después de pensar un rato que en realidad prefería morirse antes de hacer otro estilo de vida.

Me confirmó con esta contestación mi sospecha sobre su depresión y el significado que tenía para él la vida, trabajar todo el día y emprender nuevos desafíos para demostrar que valía y elevar así su baja autoestima.

Jorge no veía más que un aspecto de la realidad y sólo podría ser efectivo el tratamiento si se animaba a ampliar su perspectiva.

Fijamos la duración del tratamiento en ocho semanas durante las cuales tendría que realizar conductas nuevas, la más importante para sus problemas era disminuir su ritmo de trabajo, tratando de no apurarse aunque lo considerara necesario.

Tendría que sentarse para comer, apoyar los cubiertos con cada bocado y masticar todos los alimentos, aún los blandos, veintiocho veces como mínimo o más según su consistencia.

Servirse la mitad de la porción si no quería tomarse tanto tiempo para comer.

Le aseguré que si él intentaba cumplir con estas reglas tendría una mejoría de inmediato.

Fiel a si mismo, lo tomó como un desafío y cambió su conducta rigurosamente, de manera que en ocho semanas, no sólo se había mejorado de sus problemas digestivos sino que podía comer de todo sin sentir molestias, sintiéndose más animado.

Bajó de peso, mejoró la relación con su esposa que comía siempre sola, aprendió a degustar la comida y a ser más selectivo y comenzó a tocar el piano, instrumento que dominaba siendo más joven, de modo que logró incorporar otros valores.