La Depresión, un modo pesimista de vivir
La forma de enfrentar los problemas es un reflejo del estado de ánimo, porque un mismo problema puede amargarle la vida a alguien cuando permite que lo invada; y a otra persona no, porque le asigna la adecuada importancia y no deja que comprometa toda su existencia.
Existen dos tipos de depresión, en función al grado y si hay o no compromiso orgánico.
La más severa es la depresión endógena porque puede llevar al paciente al suicidio. La otra, menos grave, es la depresión reactiva que se produce en circunstancias de sufrir una pérdida y que puede reiterarse cada vez que se repite esa experiencia. Por esta razón es imprescindible contar con el diagnóstico diferencial realizado por el médico psiquiatra.
La primera exige un tratamiento combinado, psicológico con control psiquiátrico y medicación y la segunda puede responder en forma satisfactoria con una terapia cognitiva.
Antes de sufrir depresión, una persona ya tiene un modo pesimista de ver la vida y una personalidad con tendencia a la melancolía; suele ser amante de la perfección y no admitir errores, siendo exigente consigo misma y también con los otros; al no poder aceptar que es imperfecta y al vivir las equivocaciones como pérdida de autoestima.
Todos nacemos con un temperamento básico que depende de los genes y que es inmodificable, pero el carácter, se adquiere con la experiencia y se puede cambiar.
El carácter es la forma de ser de una persona, su modo de comportarse y de vivir que depende principalmente de sus vivencias y de su historia personal.
El temperamento y el carácter les proporcionan a cada uno su estructura de personalidad.
Todo lo que nos afecta puede deprimir nuestro estado de ánimo en un momento dado y entristecernos, porque estar triste es normal cuando las circunstancias así lo imponen, pero se transforma en un duelo patológico cuando la persona no se puede sobreponer a la pérdida y continúa padeciendo la ausencia del ser querido mucho tiempo; más de dos años si se refiere a un duelo de alguien cercano.
Perder a un ser querido puede implicar, además del dolor de su desaparición física, la pérdida del estilo de vida, de los amigos y de las relaciones, del status social, de ingresos, de pertenencias que se valoran y además exigir modificar hábitos y encarar una nueva vida con la culpa de haber fallado en algún aspecto.
La pérdida del trabajo también puede ser devastadora y llevar a sufrir una depresión reactiva, por la pérdida de la autoestima, de la posición social y del sentido de la existencia.
Las personas psicológicamente sanas pueden enfrentar los avatares de la vida; y el paso del tiempo puede curar sus heridas, pero no todos tienen la misma fortaleza, algunos se sumergen en una depresión a veces para satisfacer una necesidad de castigo.
El estrés puede provocar ansiedad y ésta llevar a una depresión, por la necesidad omnipotente de cumplir expectativas demasiado ambiciosas y no poder aceptar que no pueden.
Lo contrario del estrés, que es la apatía y el aburrimiento, también deprimen, de manera que lo que se necesita es saber encontrar el equilibrio justo.
Sin embargo, hoy en día, con una psicoterapia cognitiva, se puede aprender a ser optimista, perder el hábito de ser pesimista y recobrar la fortaleza que se ha perdido para poder seguir adelante sin miedo y con más coraje.
La depresión es un trastorno muy común en la actualidad en todo el mundo y también se relaciona con el aislamiento y la falta de comunicación y contacto.
La pérdida del sentido de la vida puede recuperarse cediendo la propia vida a los demás, entregándose a otros, dándoles lo que necesitan, porque todos, hasta el más humilde de los mortales, tienen algo para dar.