Los Hijos y los Límites
Los hijos, desde temprana edad, necesitan límites, porque en la adolescencia, si no han conocido límites ni valores éticos, la omnipotencia propia de esa edad puede arruinar sus vidas y exponerlos a situaciones peligrosas.
No se trata de que los padres impongan disciplina mediante castigos, sino de enseñarles con el ejemplo, haciendo lo mismo que predican.
Los hijos tienen que saber el verdadero significado de la libertad, que no es hacer lo que quieran sino que es la posibilidad de elegir con responsabilidad.
Tienen que conocer los valores morales, tener modelos de vínculos sociales y saber que la vida tiene un sentido más profundo, más allá del parecer y el tener.
Los hijos adolescentes tienen que ser respetados como son, estimulados en sus logros y reconocidos en sus méritos y sus padres deben asumir su rol con firmeza, poner las reglas y hacerlas cumplir.
Asumir el rol no significa ser amigo del hijo, sino nada más que su padre, su guía, su protector y su apoyo; siendo su principal función fijar los límites
Educación significa transmisión de conocimientos, actitudes y valores; pero más que palabras lo que aprenden los hijos es cómo se comportan sus padres, cómo se relacionan, cómo se conectan con la realidad, con sus amigos y clientes; y si respetan su código ético; porque es de la vida que hacen los padres de donde aprenden los hijos, no de sus sermones o consejos.
Educar es enseñar a los hijos que en una sociedad no se puede hacer cualquier cosa, porque el derecho de uno termina donde comienza el de los demás; que es necesario tener sentido de las prioridades; que antes de actuar hay que reflexionar; que todos tenemos derechos y obligaciones, que la realización en la vida depende en gran parte de nuestra conducta y que la libertad es para elegir con responsabilidad lo que está de acuerdo con las propias necesidades, que todos tenemos que aprender a conocer y valorar.
Una ley inquebrantable de la vida es que cada acción tiene su consecuencia y ser responsable es hacerse cargo de ella.
Tener hijos adolescentes exige a los padres atención, ser firme pero flexible al mismo tiempo, tener sensatez y sentido común, paciencia, tolerancia y comprensión; una catarata de virtudes que sólo se pueden implementar cuando los une el amor.
Los adolescentes cuestionan todo, se vuelven indolentes, desganados, cambian sus hábitos de niños y se obstinan en oponerse a cualquier restricción; todo les molesta, no están cómodos en su cuerpo y pueden sentirse inadecuados.
Es una etapa del desarrollo en que los padres tienen que estar más atentos, recordarles los límites, el cumplimiento de las reglas del hogar y de los horarios.
Lo mejor es que salgan en grupo, que los padres sepan dónde están y que vuelvan todos juntos aunque sea tarde.
El adolescente se mimetiza con sus pares y necesita ser como ellos para luego poder diferenciarse; pero en primer lugar se identifica con sus padres y aunque en ese momento de su vida parezca que piensa diferente, finalmente será como ellos.
No obstante, las amistades de esa etapa son fundamentales, porque los adolescentes quieren probarlo todo y no tienen miedo de arriesgarse.
Buena compañía, padres firmes pero flexibles que alienten a sus hijos a desarrollar su verdadera vocación y un hogar donde haya armonía, diálogo y contención es lo que necesita un adolescente para crecer y llegar a ser un adulto sano, capaz de hacer lo mismo por sus hijos.