Psicología
Inicio Familia Perdonar a los padres

Perdonar a los padres

Publicado por Malena

perdonar a los padres

Ser padres es una tarea difícil de tiempo completo, una responsabilidad para toda la vida, de manera que si se tienen asignaturas pendientes no es conveniente tener hijos.

Los hijos exigen atención, cuidados y respeto, porque la relación con los padres les dejarán profundas huellas que condicionarán su conducta y su vida sexual.

Los padres han tenido sus propias experiencias con sus progenitores, y pueden trasladarlas a sus hijos, porque no siempre los padres de nuestros padres supieron enfrentar con eficacia la responsabilidad de tener hijos.

¿Quién es por lo tanto el culpable último de los problemas de la infancia? No hay culpables, sino responsables. No podemos juzgar a nadie, porque no sabemos cuáles fueron sus circunstancias.

La mayor parte de la gente ama a sus hijos y se esfuerza en brindarles lo mejor, pero es común que esa relación se vea perturbada aún en el mejor de los casos, tal vez por un exceso de preocupación o por tener expectativas demasiado altas con respecto a ellos.

Lo más importante es y será siempre el amor, porque este sentimiento hace que todo lo demás se cumpla; siempre que no sea un amor posesivo que cree una relación simbiótica.

Cuando un niño es pequeño, sus padres son las personas más importantes para él. A medida que va creciendo se va identificando con ellos y aprende sus actitudes y sus valores.

En la adolescencia la relación cambia, y aquellos que antes fueron la razón de su existencia se pueden llegar a convertir en sus enemigos.

Es un momento difícil tanto para los hijos como para los padres, quienes tienen que aprender a poner límites sin llegar a convertirse en carceleros ni coartar su libertad individual.

Para muchos padres los hijos no son personas independientes sino la prolongación de ellos mismos, entonces no pueden aceptar que piensen diferente o que tenga actitudes de independencia.

Hay padres que se aferran a sus hijos sin importar la edad que tengan y entablan con ellos una lucha por el poder, intentando doblegarlos y manipulándolos con la culpa.

Sin embargo, la sobreprotección, aunque sea dañina para la salud mental del hijo, es una influencia que no resulta tan devastadora como el abandono.

No siempre los padres hablan con sus hijos adolescentes para enterarse de cómo se sienten y cómo viven su relación con el mundo, ya que casi siempre difiere del entorno familiar.

La preocupación de los jóvenes en esta etapa de su desarrollo hace que permanezcan ensimismados e incluso que se aíslen, en su búsqueda de la identidad, y no es raro que tengan una actitud hostil hacia sus padres.

Padres e hijos tienen que derribar la barrera generacional que los separa para comunicarse y para expresar mutuamente sus sentimientos, sus preocupaciones y sus miedos.

El silencio es el que deteriora la relación, cuando ambos se avergüenzan de sus afectos y no hacen nada para iniciar el diálogo que los vuelva a unir armónicamente, para cada uno en su rol, ayudarse mutuamente y comprenderse.

No todos han tenido los padres que hubieran querido tener y ese sentimiento los llena de culpa. Generalmente no pueden aceptar a esos dos seres que le han dado la vida porque no coinciden con su ideal.

Recién cuando los hijos son mayores y se convierten en padres, entonces los pueden valorar mejor y están más dispuestos a perdonar sus falencias, sus ambigüedades, sus faltas; porque se dan cuenta que han hecho lo que han podido con los recursos que tenían; y también ellos harán lo mismos con sus hijos.

Hay personas que no pueden superar el rencor y el resentimiento hacia sus padres y permanecen alejados de ellos sin intentar ningún contacto.

Creo que no importa lo que hayan hecho los padres, pueden haber sido cosas muy graves que afectaron seriamente a sus hijos, o tal vez algo menos significativo; y puede que incluso, como sucede la mayoría de las veces, las disputas sean sólo por dinero.

Pero aunque las faltas hayan sido terribles, el perdón hace bien a los padres y a los hijos; porque el odio se vuelve contra uno mismo y se transforma en culpa, un sentimiento que hace muy difícil la vida y no permite tener paz interior.