Celebraciones Navideñas
El perdón permite la paz sin matices y sólo la paz nos hace felices.
Para los cristianos, la religión más difundida del mundo, la Navidad es un símbolo, el símbolo del nacimiento del hombre nuevo, capaz de perdonar y empezar de nuevo; y también el final del odio y el resentimiento.
No se trata de invitar a nuestra casa para estas fiestas, a todos aquellos con los que nos llevamos bien para esta celebración, sino que representa una oportunidad para cambiar y ser capaz de iniciar el diálogo interrumpido con los consideramos que nos han ofendido.
Existen familias que no se hablan desde hace años, padres que no ven nunca a sus hijos ni a sus nietos, hijos que no desean ver nunca más a sus padres, hermanos que se odian, abuelos ancianos que se han olvidado, tíos y primos con quienes compartimos la niñez y que se fueron distanciando por cuestiones que ni siquiera se pueden recordar.
Las familias tienen en común una historia. Muchas veces ese pasado es un pesado lastre difícil de sobrellevar que heredan los hijos y los nietos.
Lo lamentable es que uno de los principales motivos de la discordia familiar suele ser la mayoría de las veces el dinero, que representa la causa más frecuente en la desintegración de una familia.
El perdón es lo único que nos permite volver a lograr la armonía interior, porque las heridas del alma que no cicatrizan, se materializan y pueden desencadenar enfermedades, por cosas no dichas, emociones no exteriorizadas que el cuerpo se ocupa de expresar con un lenguaje propio.
Carlos fue un hombre de familia, excelente persona, de carácter introvertido, de esos que se tragan las cosas pero que no olvidan; muy honorable, honesto y trabajador; pero tenía un grave defecto, siempre fue muy rencoroso.
Se casó muy joven y tuvo dos hijos. Cuando en forma repentina falleció su madre, que ya era mayor, su padre, que había conocido a otra mujer en un centro de jubilados, al poco tiempo de quedar viudo se volvió a casar.
Como no quiso tener problemas con los hijos por la herencia, abandonó su casa, autorizó su venta, les dio a sus hijos lo que les correspondía y se fue a vivir al domicilio de su nueva mujer.
Carlos, consideró la conducta de su padre, al desprenderse de la casa, una ofensa a su madre recientemente fallecida, no asistió a la boda y tampoco lo quiso ver más.
Unos años después, su padre falleció, pero Carlos ni se enteró, debido a que también había cortado el vínculo con su único hermano, su cuñada y sus sobrinos, por distintos motivos.
Carlos tenía una empresa que compartía con un socio, que le permitió vivir muy bien por muchos años. Pero durante una de las crisis económicas, quiso retirarse debido a que para mantenerla ambos debían endeudarse.
La división patrimonial no lo conformó pero debió aceptarlo porque de lo contrario tenía que seguir involucrado y continuar endeudándose.
El reparto no lo favoreció y se vio obligado a vender su casa y a mudarse a un departamento más chico.
Este fracaso económico lo llenó de odio y resentimiento hacia su socio a quien nunca perdonó.
Carlos se enfermó gravemente. En su lecho de muerte, un amigo le preguntó si quería ver a su hermano, pero haciendo un esfuerzo, con voz apenas audible le dijo que no.
Genio y figura hasta la sepultura podríamos decir, y es verdad, el hombre es muy capaz de enfermarse gravemente y no renunciar a perdonar por orgullo, aún en el momento de su muerte, cuando las cosas materiales y los odios y rencores de la vida deberían perder todo su significado.