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La Viudez en la Vejez

Publicado por Malena

la-viudez en la vejez Quedarse viuda o viudo después de muchos años de casados suele ser devastador, en una etapa donde las experiencias de pérdidas superan ampliamente al resto de las manifestaciones de esta vida.

Las mujeres son las que cuentan con mejores recursos que los hombres para sobrellevar esta circunstancia. La atención de la casa, el cuidado de los nietos, su habilidad para las artes, las amistades, el cine, el teatro y otras expresiones culturales, pueden conectarla nuevamente a la realidad para intentar una nueva vida sola.

Los hombres, por el contrario, a una edad avanzada, ya jubilados, dependen demasiado de una mujer y muchas veces carecen de intereses que no sea un trabajo, por lo tanto la soledad suele sumirlos en una profunda depresión.

En la actualidad la sociedad tiene una mejor respuesta a estas necesidades fomentando muchas actividades culturales acordes con la tercera edad, tanto para hombres como para mujeres.

De todos modos, cuando el suceso es reciente, sea hombre o mujer, el primer sentimiento que experimenta es el de despersonalización y pérdida de identidad.

El nuevo rol de persona sola, exige una adecuación a la nueva identidad, el abandono del antiguo rol y la búsqueda de pertenencia a un nuevo status social.

Por otra parte, es frecuente que algunas parejas amigas se distancien cuando queda uno solo y se haga necesario iniciar nuevas amistades en la misma condición.

Lo cierto es que en algún momento de la vida alguno de los dos de una pareja, deberá enfrentarse a esta experiencia con los recursos que tenga, ayudados tal vez por sus familiares o por medios terapéuticos.

Para los que quedan, la vida continúa y puede significar una nueva oportunidad para vivir otro estilo de vida si se animan.

Aceptar lo inevitable es salud mental y empezar una nueva vida es tarea de todos cada día, porque es muy cierto cuando dicen, que hoy es el primer día del resto de la vida.

Un cuento para pensar

José y María

José dejó esta vida hace un mes y María, su mujer desde hacía 40 años, llora con desconsuelo todavía.

No le dejó nada, sólo deudas de juego y los muebles, pero a ella no le importa porque no se había casado con él por la herencia que le podría dejar cuando muriera.

La pobre mujer no lo puede olvidar, esa feliz rutina de todos los días, su ropa para lavar en la pileta del patio y esa dulce obligación de tener la comida lista para los dos todos los medios días.

Para ella había sido un buen hombre que no lo había hecho faltar nada, principalmente las preocupaciones que la hacían sentir viva, cuando llegaba a la madrugada de vez en cuando con alguna borrachera que lo ponía cariñoso, pero que gracias a Dios lo dormía.

Pobre José, pensaba, hacía lo que podía, ni siquiera un poco más para no acostumbrarla a la buena vida, que es el comienzo de los vicios, como él decía.

Pero eso sí, nunca le había pedido un solo peso para jugar, de eso se encargaba él con su sueldo, mientras lo que ganaba ella, como Dios manda, servía para los gastos de los dos, que no eran muchos, ya que sólo tenían una pieza con la cocina compartida.

Lo que nunca podrá olvidar va a ser el viaje que hicieron juntos a Mar del Plata de luna de miel. La sorprendió trayéndole los pasajes del tren que tomaron la misma noche que se casaron, para ahorrarse el hotel que según él no valía la pena pagar porque era caro.

Como llegaron a la mañana muy temprano pudieron recorrer muchos lugares a pie hasta caer la tarde, cuando decidió volver, cansado de tanto andar por ahí, teniendo la pieza lista para estrenar en la Capital.

Lo bueno si breve dos veces bueno le había dicho José, pero igualmente ella se sentía muy feliz, porque tenían un lugar para vivir los dos su amor, los muebles casi nuevos de un remate y toda la vida por delante para estar con él, en ese viejo conventillo de Buenos Aires.