El Esquema Corporal
El que prefiere una cala azul y no blanca como es, es probable que tampoco acepte su esquema corporal ni la realidad tal cual es.
El cuerpo perfecto no existe porque lo más aproximado a la perfección es una mente equilibrada en un cuerpo armónico; y es la mente la que hace al cuerpo.
¿Por qué a la gente le gustan las calas azules o rojas y no blancas como naturalmente son? Por la misma razón que cuando se miran al espejo desean modificar su esquema corporal: No pueden aceptan la realidad tal cual es.
Aunque todos nacimos libres, con la posibilidad de elegir, siempre pretendemos parecernos a los demás, porque no nos gusta ser diferentes. Sin embargo esa diferencia hace nuestra identidad.
En otras épocas el ideal de mujer para un hombre pesaba más de sesenta kilos y tenía curvas bien acentuadas. Actualmente el ideal de mujer para las mujeres es la flacura extrema, porque los hombres siguen prefiriendo a las otras.
La aceptación del esquema corporal es el primer paso para el logro de la identidad y muchas personas ya adultas y seguramente con problemas de identidad, aún no lo han aceptado.
Una nariz pequeña en una cara grande es antiestética, sin embargo muchas personas no quieren tener en cuenta su propia estructura y se someten igual a cirugías estéticas.
Existe una tendencia a sobrevalorar el cuerpo en detrimento de la inteligencia o la personalidad.
La naturaleza es muy piadosa, porque existe la ley de la compensación. La belleza no necesariamente va acompañada de inteligencia, ni tampoco suele ser sinónimo de buen carácter, de manera que puede resultar sólo belleza sin esencia.
La mayoría de las parejas que conocemos o que vemos por las calles no son modelos de belleza, sin embargo pueden ser felices como son.
¿Qué tienen esas personas de especial? : Se atreven a ser ellas mismas.
Un Cuento para pensar
Sólo por Amor
Volvió después de tanto tiempo sólo por ella, porque a ese pueblo de mala muerte que sólo le recordaba cosas tristes hubiera preferido olvidarlo.
Para la gente del pueblo, chata y sencilla como el paisaje, lo mejor de la vida era sentarse en la puerta después de la siesta para tomar mate, charlar con los vecinos para enterarse de las novedades inexistentes o ver pasar raramente a alguien.
¡Qué tontería! , pensaba, a quien se le ocurre sacar una silla afuera sólo para tomar unos mates, y un poco de aire, que es lo único que sobra en ese pueblo tan miserable.
Pensaba en ella y recordaba su belleza, sus trenzas rubias, su pollera, las zapatillas llenas del polvo de esas viejas calles de tierra donde nunca pudo llegar el asfalto.
Pero era tan linda, una cara perfecta sin maquillaje y un perfume natural que lo volvía loco si estaba cerca.
Habían pasado muchos años, no sabía cuantos. Había vivido en la ciudad y le había costado dos divorcios. En ese entonces no entendía a las mujeres, pero ahora si sabía, había aprendido dolorosamente que las mujeres de la ciudad lo quieren todo.
Caminaba por la única calle de piedra alrededor de la Iglesia y no había nadie, sólo un perro vagabundo se atrevía a seguirlo a esa fatal hora de la tarde en que los moribundos preferían la muerte antes de seguir viviendo en ese mundo.
Al ver su casa, le pareció que nada había cambiado, si hasta se podía imaginar de chiquilín jugando en ese patio.
Golpeó suavemente la puerta con los nudillos y alguien abrió. Era ella, la misma mujer por la que volvió a ese pueblo que lo miraba sorprendida. No supo qué decir y ella se apresuró a hacerlo pasar quebrando el hielo.
Los años no habían pasado en vano, pero él la veía igual que antes, con los ojos del corazón y una oleada del viejo amor que lo hizo volver emergió desde lo más profundo de su alma para estremecerlo.
Sus tres hijos, que tenían los ojos celestes y el pelo rubio como ella, se le quedaron mirando sorprendidos y entonces se enteró que se había quedado viuda hacía mucho tiempo.
Ella tampoco a él lo había olvidado.