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Ejercicio de la Paternidad

Publicado por Malena

Tanto un padre como una madre tienen la gran responsabilidad de ejercer la paternidad, o sea mantener, proteger, cuidar, educar y criar a su descendencia, ejerciendo ese rol en el grupo familiar con la autoridad que requiere.

Autoridad no es lo mismo que autoritarismo; porque una persona con autoridad es la que pone las reglas y las hace cumplir, creando un clima armónico de contención y consenso en el grupo familiar, con la capacidad suficiente de amor y empatía como para entender las necesidades de sus hijos a medida que crecen.

El autoritarismo en cambio demuestra poca sensibilidad e interés en los hijos, son padres que ordenan pero no escuchan, prohíben pero no dan explicaciones y enseñan de la misma manera en que han aprendido ellos, obedeciendo órdenes a los golpes, siendo su instrumento para dominar, el miedo.

No todos los padres atienden las necesidades materiales y afectivas de sus hijos como para que crezcan sanos y felices; existen muchos niños en estado de abandono que no tienen contención familiar, no concurren a la escuela y no tienen posibilidades de ser educados ni de aprender un oficio.

Esos niños, seguramente crecerán con lo que aprendan en la calle, rodeados de compañías que como él, no tienen ninguna instrucción y que tratan de sobrevivir delinquiendo.

Las experiencias de un niño con sus padres dejarán una huella imborrable en su memoria y patrones de comportamiento similares con los cuales se manejará en el futuro con sus propios hijos.

Es difícil ser padre en una sociedad compleja con las fuertes influencias de los medios de comunicación y las exigencias de la vida moderna. Sin embargo, es un desafío que vale la pena, porque de la conducta que tengan los padres dependerá la salud, el bienestar y la vida de los hijos, objetivos que también harán sentirse a los padres realizados.

Existen distintos estilos de padres. Los padres autoritarios, por ejemplo, son fríos, rigurosos, poco comunicativos, serios, inflexibles, con altos ideales y altas expectativas con respecto a sus hijos. Acostumbran a condenar o a emitir juicios, señalan más las fallas y los defectos que los aciertos y no demuestran afecto por considerarlo un rasgo de debilidad, creando un abismo generacional muy difícil de salvar.

Los hijos de padres autoritarios suelen ser inseguros, tener poca confianza en sí mismos, baja autoestima y debilidad de carácter y pueden presentar problemas crónicos de salud, como asma, eczemas, enfermedades recurrentes, etc.

Por otro lado, existen también padres demasiado permisivos que no ponen ninguna regla en el hogar, donde los hijos hacen lo que quieren, no tienen límites, toman decisiones propias sin ningún control, se ausentan del hogar sin permiso, sin que sus padres sepan dónde van y con quien están y tampoco se ocupan de su rendimiento o conducta en la escuela. Estos niños crecen sin ningún límite y aprenden a no respetar la ley, ni las normas sociales.

Los padres indiferentes son los que están ausentes tanto física como psicológicamente, que tienen bajas exigencias y ninguna expectativa, que transfieren su responsabilidad a otros y que se comportan como si no tuvieran hijos. Confían en las personas que se encargan de ellos y no les importa qué hacen, cómo están, dónde van y con quien están y a veces son padres tan inmaduros que se comportan como hijos de sus propios hijos, obligándolos a asumir responsabilidades que trascienden sus posibilidades.

La paternidad ejercida con autoridad es lo que idealmente todo hijo necesita. Padres sensibles, que pongan las reglas en el hogar y que las hagan cumplir, que acepten a sus hijos como son, que les brinden amor y cuidado, que los traten con firmeza, que sean responsables, que tengan expectativas, que los estimulen y alienten para que realicen su potencial, que los escuchen y que les pongan límites.

El amor es la condición para importante en la relación entre padres e hijos, es lo que hace posible que los hijos se identifiquen con ellos y que aprendan de su ejemplo, es lo que ayuda a limar asperezas, a comprender, a ponerse en el lugar del otro, a crecer, a pasar etapas difíciles y a ser personas que puedan desarrollarse con plenitud e insertarse en la sociedad en forma adecuada.