Psicología y Cocina
Hay que comer con conciencia y cocinar con paciencia
La cocina era antiguamente el lugar más importante de una casa. La gente se reunía cerca del fuego en el invierno mientras se cocinaban en los fogones verdaderas delicias caseras que inundaban la casa de olores que se asociaban al hogar. Porque las cocinas son el símbolo del hogar y el fuego representa su calor.
Calor de hogar, lo que todos añoran tener y no pueden lograr mantener.
Antiguamente las mujeres de la casa se preparaban desde temprano para cocinar, amasar el pan, las pastas, pelar los pollos, limpiar las verduras y aprovechar las abundantes frutas del verano para hacer dulces.
En esa época nadie cuidaba la silueta y el sobrepeso era común, de manera que el que llamaba la atención era flaco; y estar flaco era señal de pobreza.
La prosperidad de una familia se reflejaba en una voluminosa figura ganada a fuerza de haber disfrutado de grandes comilonas que ponían en evidencia un vientre dilatado que demostraba una posición social privilegiada.
La mayoría en las afueras disponían de un pequeño huerto y de árboles frutales, y hasta de un gallinero y de una infaltable parra en el patio de atrás, de uvas chinche.
Todo se hacía en casa porque las mujeres no salían a trabajar, desplegando toda su creatividad en la cocina, en el jardín, la huerta y en todo tipo de arte que pudieran desarrollar la habilidad de sus manos.
En la cocina casi todas eran grandes cocineras con gran sabiduría culinaria; y cada cual tenía su receta personal o ese toque misterioso que hacía que su comida resultara diferente utilizando los mismos ingredientes.
Simbólicamente, hacerle la comida a un hombre tiene un significado sensual equivalente a hacer el amor. Porque comer es también uno de los placeres de la vida que se disfruta más en la intimidad y en compañía.
La comida es un ritual que se inicia eligiendo los mejores productos en el mercado y continúa luego encendiendo el fuego, pelando papas, batatas o zanahorias que, junto con el resto de los elementos, gracias al arte de cualquier buen cocinero, se irán transformando igual que en la alquimia, en este caso, en algo exquisito para cualquier paladar.
Alrededor de una mesa, compartiendo una comida, la familia se comunicaba, expresaban sus afectos, sus emociones, y también sus problemas.
Era la ocasión para verse, tratarse, reencontrarse después de antiguos rencores para poder iniciar de nuevo el diálogo y superar las desavenencias.
El olor a ciertas comidas nos recuerda nuestros hogares, porque a todos les ha quedado ese aroma como referencia de otras épocas tan diferentes, ni mejores ni peores, solo distintas.
Por eso la comida es usada para calmar la ansiedad, y a veces comiendo un puré de papas como se hacía en casa puede convertirse en una manera de deshacerse de la angustia y la soledad.
Porque los alimentos y también las bebidas, son las que han satisfecho nuestras necesidades básicas en las etapas más tempranas de nuestro desarrollo y han dejado en nuestro inconsciente muchas huellas que la mayoría de las veces pueden llevarnos a comer o a beber en exceso para cambiar nuestro estado de ánimo.
La vida sencilla en familia, en las grandes ciudades, se ha perdido. Los divorcios hacen que una familia se disperse y los hijos pierdan el sentimiento de pertenencia. El delivery y la comida chatarra están reemplazando a la cocina en casa, convirtiéndose en la solución precaria, cara y poco saludable de las vidas demasiado ocupadas.
La pandilla pasa a ser para los hijos su continente, donde se identificarán con sus compañeros y con el líder, y con la botella de cerveza.
Los miembros de una pandilla se solidarizan en la desgracia, porque suelen tener el mismo origen, familias que no funcionan como tales, o que simplemente no existen.
Porque vivir juntos no es lo mismo que ser una familia.