Los Malhumorados
El malhumor es una actitud negativa hacia si mismo, las demás personas y las cosas; y los malhumorados se pueden jactar de una sola cosa: de su mal carácter.
Tenemos que creer el hecho indiscutible que nos enseña que si estamos mal predispuestos es altamente probable que las cosas que intentamos hacer salgan mal, que nos llevemos mal con la gente, que nuestras relaciones no se mantengan, que no podamos construir nada que tenga una base sólida.
El malhumorado está cerrado y no acepta los cambios.
Estar en el mundo exige estar predispuesto a cambiar, porque la vida es movimiento y cambio y las circunstancias también cambian.
Una actitud de apertura exige en primer lugar aceptar las cosas como son y esto nos mostrará que en la medida que las aceptamos nos abrimos a la posibilidad de que éstas cambien, porque todo lo que se resiste persiste.
Para vivir en sociedad es indispensable desarrollar una gran capacidad de tolerancia, porque los otros son diferentes, piensan distinto y están particularmente interesados en su propio mundo.
Por estos motivos, la comunicación es simplemente un verdadero milagro, que se produce únicamente cuando existe tolerancia y respeto por el otro, en tanto que otro, o sea cuando se puede salir de uno mismo para poder comprender ese otro universo que es el otro.
Todos somos testigos de la discordia que existe en el mundo debido a la intolerancia, por cuestiones políticas, racistas, religiosas, culturales, etc., y no creo que haya un solo ser humano que esté conforme con el estado en que se encuentra la civilización en este momento.
Sin embargo, cada uno en particular colabora inconscientemente para que esta situación no cambie; porque el cambio comienza por cada individuo y su buena relación con su entorno y solamente de ese modo se puede irradiar al resto del mundo.
Nada se soluciona si estamos de malhumor, al contrario, las cosas que rechazamos perduran y también pueden empeorar; el amor termina, las relaciones se destruyen y lo peor de todo es que los hijos aprenden a ser iguales.
Se puede medir el grado de mal humor de un sujeto cuando maneja su auto, porque el auto es la identidad que adquiere en la calle, cuando está al volante, de acuerdo al poder del vehículo que tiene.
Cuanto más grande el auto más grande es el ego y más deseos de atropellar a los otros tienen sus dueños.
Lo mismo pasa con el dinero, cuanto más dinero más egoísmo para acumular poder y tener la posibilidad de someter a los demás.
Pocos piensan que el final de la vida es igual para todos y que las mortajas no tienen bolsillo y también no son muchos los que se dan cuenta que lo más valioso de este mundo es poder estar en paz con uno mismo.
La paz interior sólo se consigue cuando se comienzan a ver los verdaderos valores de la vida y uno puede tomar conciencia de lo insustancial de las cosas materiales, de lo poco que duran y del hecho trágico de que nunca terminan de satisfacernos del todo.
El malhumor es signo de frustración; es la expresión del desencanto, del sentimiento de impotencia que genera el creer que tenemos la culpa de todo lo que nos pasa.
Podemos cambiar nuestra vida siempre, pero nunca tomando el camino que no es para nosotros; porque cambiar significa atreverse a ser el que uno es y dejar de ser como los demás.
Podemos cambiar hoy mismo, porque los seres humanos no nacemos malhumorados, sólo adquirimos un mal hábito para descargar en los demás la hostilidad que tenemos hacia nosotros mismos.
No hay nadie más feliz que un bebé, porque no especula, es como es, vive el momento, no tiene rencores ni resentimientos, expresa sus emociones, y sólo apetece lo que le corresponde naturalmente.
Aprendamos a ser como un bebé, recuperemos la inocencia perdida, prioricemos a los afectos y alegrémonos por las cosas sencillas de la vida.