Complejo de Edipo femenino
Si vamos a lo específico del Edipo femenino, es decir, a la problemática de la situación del Edipo concerniente a la mujer, podemos ir a Lacan que -retomando a Freud- dice que la niña ha ubicado el falo en el imaginario, donde ella misma está sumergida, más allá de la madre, a partir del descubrimiento que va haciendo de la profunda insatisfacción de la madre. La cuestión, dice Lacan, es el deslizamiento de ese falo imaginario a lo real. De allí que retoma a Freud cuando considera esa nostalgia del falo que se empieza a producir en la niña a nivel imaginario.
La niña encontrará entonces ese falo en el padre, lo que conocemos como el don del padre. Así la niña entra en el Edipo, por su relación con el falo. Eso nos dice Freud y retoma Lacan. Luego el falo tendrá que deslizarse a lo real, por una suerte de equivalencia: pene=niño. Los remito a posts donde me he referido a esto en detalle.
El reordenamiento que se hará de la falta fálica, (lo que llamamos «-fi»), que tiene como efecto el posicionamiento sexual, va a determinar:
– la impostura fálica masculina: consistir en tener el falo y renunciar a serlo;
– y la postura femenina: ser el falo (habiendo subjetivo no tenerlo)
La conquista del ideal de «ser una mujer» no implica una vuelta a la identificación con el ser el falo – ese ser el falo que detenta esa marca de totalidad de un primer tiempo anterior a la falta misma. En este sentido Lacan se refiere a la posición femenina justamente por ser un «no-toda» en la función fálica; no estar toda en el falo.
Es interesante rescatar la dimensión de «espera» que caracteriza «lo femenino». Siguiendo a Lacan decimos que cada vez que se hace esa renuncia al falo como pertenencia, siendo portador del falo nada menos que el padre, ella espera de él un hijo. Tal espera de lo que ella de ahora en adelante considera un derecho, que se le debe dar, la deja en un grado de dependencia particular, convirtiéndose en un ser intolerante a la frustración.
Esa posición de esperar el don del padre se articula a la concepción freudiana de la ecuación pee=niño. Pero si vamos a la dimensión clínica del asunto, tenemos que ir al Lacan de «El Atolondradicho»: la mujer en el Edipo está como pez en el agua, en tanto ella ya nació castrada, podemos decir…Pero entra en contraste con el estrago característico madre-hija. De ella, de la madre, suele espera aún más que del padre.
Entonces podemos decir que encontramos aquí dos dimensiones de la «espera»: una, en relación a la equivalencia fálica freudiana en relación a la figura paterna; otra, en relación a la madre en algo que concierne a su ser mujer.
Para terminar, la cuestión es que la niña no entra al Edipo con su femineidad, no es eso lo que debe castrarse; sino que se trata de una ficción que se asienta en la identificación al falo que opera en el primer tiempo del Edipo.
FUENTE: INDART, J.C Y OTROS. UN ESTRAGO. LA RELACIÓN MADRE-HIJA. ED. GRAMA.