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El Control inteligente de las emociones

Publicado por Malena

El control inteligente de las emociones

De las catástrofes que ocurren en el mundo tenemos que aprender. Me pregunto qué hubiera pasado en Argentina frente a una situación de catástrofe como la vivida en Japón. Seguramente veríamos a muchos llorando por televisión por las pérdidas sufridas y a otros haciendo piquetes porque se quedaron sin nada, obstaculizando cualquier intento de solucionar problemas.

Japón es un país acostumbrado a sufrir fenómenos naturales apocalípticos y en esta ocasión se suma el peligro de contaminación radiactiva.

Sin embargo, los japoneses están dando una lección de civilidad al mundo, enfrentando el miedo y la preocupación con fortaleza y dignidad en estos momentos difíciles, acatando las órdenes de las autoridades, cumpliendo ordenadamente con sus instrucciones y continuando con sus vidas en la medida de las posibilidades.

¿Cómo hacen los miles de damnificados para mantener la calma, soportar privaciones y conservar la cordura después de haberlo perdido todo?

¿Cómo logran mantener la entereza y la tranquilidad frente a la incertidumbre, con la carga emocional de familiares que han desaparecido, la posibilidad de perder sus empleos, no tener dónde vivir ni recursos para poder huir a otros lugares más seguros?

Los japoneses están mostrando al mundo que pueden atravesar esta difícil situación y seguir adelante sin quejarse y sin entorpecer las tareas de rescate y las decisiones de las autoridades.

Japón es el estado insular más desarrollado de Asia, su territorio está formado por una guirnalda de islas de origen moderno que se formó con los restos de cordilleras alpinas, parte del cinturón de fuego del Pacífico.

Gran parte de su territorio es volcánico y en el último milenio sufrió 227 terremotos devastadores.

Posee escaso terreno llano, su relieve es montañoso y boscoso, pero tiene una gran extensión de costa y muchos puertos.

Actualmente cuenta con aproximadamente ciento diez millones de habitantes y Tokio es considerada la capital del mundo más densamente poblada.

Su gobierno es una monarquía constitucional; el 56% de la población es budista y el 80% sintoísta, ambas doctrinas compatibles.

Estas religiones constituyen la base de la forma de pensar de los japoneses y aunque la economía de mercado los obligue a enfrentar una competencia feroz, son en su mayoría bien educados y dóciles, serviciales y con gran sentido comunitario, reservados, discretos y pacientes; y practican el perfil bajo, porque destacarse no es algo que su religión aconseje.

Los japoneses son humanos como nosotros, sufren las mismas experiencias, de igual modo que ocurren en cualquier parte del mundo, la diferencia es cómo viven lo que les pasa.

No es que repriman sus emociones sino que es su diferente forma de pensar la que los ayuda a controlar sus impulsos, la perspectiva que tienen de la vida, su forma de ver las cosas.

Pueden controlar el miedo y la preocupación porque su filosofía les señala que lo mejor en la vida es dejarse llevar, no oponer resistencia, entregarse, y abandonarse a las circunstancias cualquiera que estas sean.

La filosofía que subyace a su religión es una doctrina de la no acción, de no intervenir y dejar que las cosas ocurran naturalmente, porque la inoperancia es el secreto para ganarse el mundo; pensamiento muy diferente a la filosofía de occidente, en la que predomina el concepto de la supervivencia del más apto.

Aunque Japón está cambiando, su gente aún conserva la misma actitud hacia la vida y hacia las cosas, como el respeto por los mayores, por la familia y las tradiciones; ser cordial con los otros, tener paciencia, buena educación y buenos modales.

Ellos consideran que el bien y el mal son dos fases sucesivas de una realidad única y que toda reacción es inútil además de evidenciar debilidad, falta de coraje y de fortaleza.

Es una doctrina del logos estoico, de la humildad, de no singularizarse ni tener ambiciones, porque sin ambiciones hay paz y el mundo se rectifica por si mismo.

La esperanza es creer que la gente pueda aprender de las experiencias ajenas y no esperar sufrir miles de años más de equivocaciones para tomar conciencia.

Fuente: «Enciclopedia británica»