La Liberación femenina y masculina
Después de la segunda guerra mundial, la mujer, que había tenido que asumir la función del hombre durante la guerra; ya no pudo volver a ocupar con exclusividad su rol de esposa y madre, porque tomó conciencia que ella también podía participar laboralmente, y aunque se le pagara menos por el mismo trabajo que realizaba un hombre, sintió que tenía el derecho de realizarse ella también en su trabajo y de poder manejar su propio dinero y su propia vida.
Las circunstancias que provocan las guerras, dejó una consecuencia tal vez inesperada; los hombres perdieron su función de únicos sostenedores de la familia para siempre.
La mujer se liberó de la dependencia y adquirió un nuevo rol que le brindaba más oportunidades, pero que a la vez incrementaban más sus responsabilidades..
Aún hoy en día muchos hombres no han logrado adaptarse a esta realidad y se casan con la expectativa de que la mujer cumpla con el rol tradicional pero que además trabaje afuera.
La mayoría de los hombres sigue tan cómodo como antes en el hogar, si bien ayudando más en algo, mientras la mujer rema hacia delante con casi todo en la casa, la familia, la comida, las compras, la ropa, los deberes de los chicos, las reuniones del colegio, etc.
Su vida personal, ya sean amigas, deportes, hobbies u otros intereses no tienen un lugar, en general, dentro de un cronograma de tareas muy ajustado que no les deja ni un minuto libre.
Según una encuesta Social General que se realiza en los Estados Unidos desde 1972, además de otras investigaciones importantes en otras partes del mundo, las mujeres sufren más de depresión que los hombres.
Esta realidad puede deberse al exceso de responsabilidades y al modo emocional que tienen las mujeres de vivir los problemas, que se comienza a manifestar cuando la juventud comienza a declinar, durante la menopausia.
La mujer se exige más que el hombre porque todavía está en la etapa en que tiene que demostrar que vale. En tanto que los hombres no sienten culpa por no asumir su parte de las obligaciones hogareñas, porque aún mantienen en su inconsciente el rol que no les interesa abandonar, que implica desentenderse totalmente de ello, tal como lo hacían sus padres o sus abuelos.
Cuando una mujer llega a la madurez puede darse cuenta que se ha quedado sola con un extraño, y sentirse también ella misma como una extraña que no puede reconocerse en esa etapa de la vida, como la persona que era. Su dinamismo es menor, sus fuerzas declinan, pierde el interés en tomar decisiones o en intentar cosas nuevas; y su matrimonio, lejos de ser un remanso de comprensión, se resiente y comienza a ser para ella una pesada carga.
Aunque hoy en día la tendencia del hombre es trabajar más en el hogar y atender a los hijos a la par de la mujer, tiende a formar un nuevo rol, el de alguien que ayuda pero que no asume.
Una mujer necesita gran equilibrio para continuar haciéndole frente a todas las responsabilidades que imponen el hogar, los hijos y el trabajo; porque es mucho más vulnerable emocionalmente que el hombre y está más expuesta a sufrir depresión principalmente en la etapa de la vida en que finaliza su ciclo reproductor.
Las mujeres están condicionadas para exigirse siempre más que el hombre, son menos objetivas y toman como algo personal los altibajos de su trabajo.
En el desesperado intento de hacer tantas cosas bien, tienen menos tiempo para dedicar a su familia y a sus hijos y esto les produce una sensación de vacío; y la preocupación por el cuerpo se convierte en un recurso neurótico para tratar de ignorar los inevitables deterioros físicos y detener el paso del tiempo.
El hombre, mientras tanto, se siente descolocado y cree haber perdido terreno en la relación de pareja, repercutiendo esta preocupación en sus relaciones sexuales, que pueden exigirle señales de sumisión en su pareja que ahora no existen.
Pero por otra parte se ha liberado de las cargas familiares como único sostenedor, y también del compromiso de casarse, ya que puede tener a la mujer que ama y hasta hijos y seguir siendo libre.
Sin embargo, el hombre vive menos comparado con la mujer, ya que es obvio que hay más viudas que viudos. Pero esto se debe más a un factor hormonal que a otra cosa.
Puede que el estrés que amenaza la vida de los hombres se deba más a su característico espíritu competitivo con respecto a otro hombre o mujer que lo pueda aventajar en su trabajo; a no demostrar sus emociones y a los excesos en la comida y en la bebida, mientras que las mujeres, a pesar del estrés que le producen sus exigencias para cumplir de la mejor manera su doble rol, suelen competir más con ellas mismas y exteriorizar más y mejor sus emociones.