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No se si lo que siento es amor

Publicado por Malena

Los seres humanos somos ambivalentes, porque las emociones y los sentimientos también lo son.

Todo tiene dos polaridades, dos aspectos opuestos, lo malo tiene su parte buena, lo bello algo feo y no existe nada que sea agradable que no tenga algo desagradable.

Las personas no son perfectas, pueden ser buenas pero también en ocasiones celosas, posesivas o inestables. Podrán ser perfectibles con el tiempo pero siempre tendrán defectos.

Cuando nos gusta alguien, no le vemos los defectos, porque lo idealizamos y nos enamoramos de la idea que tenemos de ese alguien; hasta que la realidad se impone y esa persona que parecía tan especial y tan perfecta, deja caer su máscara y a mostrarse tal cual es.

Es entonces cuando la desconocemos porque parece otra muy diferente a la idea que teníamos de ella.

Así comienzan las dudas, la desconfianza en los propios sentimientos, porque no pueden llegar a saber con certeza si es amor lo que sienten.

Esa persona que ustedes creían que era, es tan distinta que parece otra.

Querer ideas en lugar de personas es la base de los fracasos amorosos, o sea, pretender amar a una imagen idealizada en vez de un ser humano real con todas sus virtudes y defectos.

Elegimos pareja en función de las experiencias infantiles que tuvimos con nuestros padres. Buscamos así a un padre cuando no lo tuvimos o bien porque estuvo ausente o cuando nos convencimos que no nos prestaba atención o no nos hacía sentir queridos.

Buscamos a una madre cuando creemos que la nuestra nos ha mezquinado el afecto, o porque no la tuvimos, o porque parecía querer más a nuestros hermanos o porque estaba psicológicamente ausente.

Esas necesidades básicas insatisfechas son el patrón que condiciona las relaciones de pareja, porque el anhelo es encontrar lo que se ha perdido; y ese puede ser la fuente de los continuos desencantos.

Algunas mujeres esperan demasiado de un hombre; quieren que sea un buen compañero, un buen amante, un amigo, un confidente, un apoyo, un sostenedor; alguien confiable, cariñoso, que tenga buen carácter, que sea educado, que esté dispuesto a escuchar y a ayudar, que sea generoso, honesto, amable y sabio; que acepte con agrado a nuestros parientes y amigos y que además les ceda el control remoto.

Cuando algunas de estas expectativas no se cumplen y se dan cuenta que son personas que están muy lejos de cumplirlas, el amor que sentían parece perder su encanto, se desmorona y se transforma en un sentimiento de rechazo, que no es siempre igual sino que, como el oleaje del mar, va y viene perturbándolos con la duda.

Se trata casi siempre es un sentimiento pasajero, porque aunque la ilusión primera se haya perdido, siempre queda en esa persona la chispa básica de su personalidad que trasciende las apariencias y que hace que él o ella, sea quien es y no otro.

Hay que tener en cuenta que también a los hombres les gusta que los cuiden, que los apoyen, que los ayuden y también les agrada tener a alguien al lado que sea amable, que tenga buen humor, que sea confiable, honesta, tolerante y sincera.

Las personas son únicas y lo que se ama es esa unicidad; y salvo que se trate de alguien que sea pura máscara y no tenga nada adentro, su forma de ser será diferente y difícil de reemplazar por más que las frustre. A menos que se trate de alguien violento que sólo sepa debatir a los golpes.

Por eso, antes de renunciar a alguien que ha sido significativo alguna vez, hay que pensarlo mejor y desconfiar de los propios impulsos; porque las verdaderas cualidades no se ven a simple vista, pero están siempre presentes, principalmente en los momentos difíciles.

Muchos se enamoran del amor y éste es un sentimiento que no crece que no se transforma, es un sentimiento sin sujeto, un símbolo, una entelequia que no conduce a nada.

Cuando una pareja está en crisis no siempre se debe a las expectativas insatisfechas, sino a la tendencia de proyectar en el otro los propios problemas personales, las asignaturas pendientes, el vacío interior, la inmadurez, la falta de proyecto, al no poder darse cuenta de qué es lo que realmente les molesta de si mismos.