Instinto, Deseo, Sexualidad, Amor
El instinto es una conducta heredada que se manifiesta en todos los individuos de una especie con el propósito de la reproducción.
El deseo expresa la necesidad que nace de un estado de tensión interna que requiere satisfacción, mediante la acción específica, ya sea mediante el acto sexual, cuando se refiere al deseo sexual o ingiriendo alimento cuando se trata de la necesidad de comer.
Según Sigmund Freud, el deseo humano puede no estar dirigido en forma manifiesta a un fin sexual, sino que puede ser derivado a actividades que la sociedad valora; y a esta capacidad la denomina sublimación.
Gran parte de la energía utilizada en el trabajo cultural proviene de la represión sexual, aunque la sublimación de esta energía no la agote. Para este autor por lo tanto, la cultura humana, como la actividad artística y la investigación intelectual, es el producto de la sublimación de los instintos.
La sexualidad, para Freud, no abarca solamente el placer de la genitalidad sino también la serie de sensaciones y actividades que se desarrollan desde la niñez a lo largo del tiempo, que no se reducen a la satisfacción de una necesidad biológica y que forman parte del amor sexual.
Las numerosas respuestas y explicaciones sobre la sexualidad humana no han contribuido mucho a esclarecer o a ampliar el conocimiento sobre este tema y todavía existe mucha confusión, muchos prejuicios, mitos y tradiciones ancestrales demasiado arraigados como para que los seres humanos pueden vivir una sexualidad plenamente satisfactoria y adulta.
Los humanos, como seres creadores de cultura, la sexualidad no sólo satisface la necesidad de reproducción sino también la necesidad de afecto, de comunicación, de intimidad, de placer y de respeto.
La sexualidad humana es única porque contiene elementos simbólicos, eróticos placenteros y como las demás especies la posibilidad de concebir descendientes.
El acto sexual ligado al afecto es propio de la condición humana, hace posible la canalización adecuada de los sentimientos, inspira, vuelve a la persona más generosa, menos egoísta y más digna de ser humana.
Para un ser humano la sexualidad no es solamente un encuentro corporal con cualquiera sino que representa una relación con significado con alguien especial que modificará su comportamiento y le brindará la motivación para todos sus actos.
Los antiguos griegos sostenían que la relación sexual calma la ira, disipa las ideas fijas y la melancolía y cura el cuerpo y el alma, da tranquilidad y hace a las personas más sensatas. Desde entonces ya se consideraba que lo mejor para el hombre eran las relaciones sexuales deseadas por el cuerpo y el alma.
En esa época existía un criterio reflexivo e integrador sobre la sexualidad humana, biológico, psicosociocultural y conductual.
Este enfoque se fue modificando con el tiempo por muchos motivos, entre ellos las guerras, la falta de fe, el materialismo; dejando de ser la sexualidad la oportunidad de amar, de respetarse mutuamente, de comunicarse y de realizarse como ser humano para convertirse en la práctica de un deporte, para sentirse joven y admirado, para divertirse por puro placer, para adelgazar o para no estar solo; todos motivos egoístas sin compromiso afectivo.