Qué hacer cuando el marido o la mujer se va del hogar
La intención de toda pareja que se une en matrimonio es lograr una relación para toda la vida.
Pero no siempre todos están dispuestos a cumplir con la promesa que hacen frente al altar, cuando los avatares de la vida cotidiana, la rutina y los hijos, van cambiando la relación y alguno de los dos o ambos, no tienen la capacidad de madurar y de crecer como para poder ir adaptándose a los cambios y a priorizar otros valores.
Cuando los hombres se aproximan a los cincuenta años sufren la crisis de la andropausia que puede llevarlos a cometer infidelidades y enredarse en relaciones con mujeres más jóvenes, para convencerse de que ellos también siguen siendo jóvenes.
A veces, esas relaciones, que comenzaron como un juego, terminan convirtiéndose en algo más serio; y eso, sumado al hecho de que la vida en común con su mujer se puede haber tornado aburrida y monótona, inclusive para ambos, puede llevarlo a desear la separación o el divorcio.
Las reacciones de las esposas que sufren abandono por parte de sus parejas pueden ser varias.
En algunos casos, los mejores, se trata del deseo de ambos de no vivir más juntos y es cuando, de común acuerdo, están dispuestos a separarse.
Esta situación es la mejor para ellos y para los hijos, porque no existirá rencor ni resentimiento de ninguna de las dos partes y aunque estén separados, podrán continuar relacionados socialmente para bien de los hijos.
Pero cuando el deseo de terminar con la relación es solamente de un solo integrante de la pareja y el otro no comparte esa intención, la separación se convierte en algo cruento tanto para ellos dos como para los hijos. No podrán evitar escenas violentas, recriminaciones, peleas, amenazas y todo el estrés que conlleva una relación que ha terminado, pero en malos términos.
Sabemos que ante cualquier pérdida es necesario pasar por las distintas secuencias que requiere todo duelo. En el primer momento se negará la realidad, luego sobrevendrá la rabia y la impotencia de no saber qué hacer para descargarla; posteriormente la rabia se convertirá en tristeza y finalmente llegará por fin la aceptación al cambio.
Este proceso requiere tiempo, pero en general la mayoría, puede salir entero y airoso de tal trance, si se trata de personas psicológicamente sanas.
Un duelo patológico es el que nunca termina y se convierte en una relación enferma y en la reiteración de insultos y de peleas en cualquier oportunidad que tengan, creando culpa en los hijos cuando desean, como es natural, seguir viendo y amando al progenitor que se ha ido.
La realidad es la única verdad y negarla no conduce a la solución de los problemas, porque cuando los padres pelean los hijos son los que sufren las consecuencias.
Los hijos están entre la espada y la pared y no pueden tomar partido por ninguno de los dos; situación que les crea un conflicto que comienza a reflejarse en su rendimiento en la escuela y en su comportamiento.
Si los hijos son adolescentes, el abandono del hogar de uno de los progenitores significa para ellos darse cuenta de que es posible patear el tablero y empezar a jugar de nuevo.
Por eso muchas veces los hijos después de la separación de sus padres, empiezan a tener conductas atípicas y trasgresoras porque creen tener ellos también el derecho de hacer lo mismo.
Las mujeres que se aferran a sus maridos y se empeñan en retenerlos, no se dan cuenta que eso es precisamente lo que hay que hacer para perderlos.
Mantener la dignidad y estar dispuesta a empezar una nueva vida sin él puede ser la forma de volver a conquistarlo, no sintiéndose víctima sino viendo la oportunidad que no tuvieron de jóvenes de estar solas para hacer lo que les gusta.
Tal vez ese es el cambio que ellos estaban esperando sin saberlo.