Apoyo psicológico en catástrofes
Ataques terroristas, accidentes aéreos, o meros sucesos destructivos de la naturaleza como terremotos, tsunamis o inundaciones, además de otros muchas otras catástrofes que ocurren a diario a lo largo y ancho del globo terráqueo necesitan una atención e intervención especializadas a sus víctimas y familiares. Se trata de acontecimientos de alto impacto emocional con secuelas importantes y duraderas si no son tratadas como se debe.
Cuando algo así ocurre, todo cambia en el seno de la sociedad sufre las catástrofes. Su economía, las políticas, las infraestructuras se tambalean y, tanto la configuración social en su conjunto como la manera de vivir de sus integrantes en particular se ven afectadas. Por tanto, es preciso atender a los individuos, en primer lugar, para poder recomponer el resto a partir de la óptima recuperación posibles tras un inmenso padecimiento psicológico. Además, se ha de procurar frenar el desencadenamiento de patologías psiquiátricas relacionadas con la catástrofe que son susceptibles de aparecer con posterioridad.
Caracterizado por un desequilibrio y una desorganización mental temporal, el sujeto que se enfrenta a un acontecimiento crítico en la vida que dará lugar a reajustes y adaptaciones en todos los ámbitos de la vida, incluido y destacando el psicológico.
Concretando, las reacciones de las personas se producen en tres niveles. A nivel cognitivo, aparecen dificultades para mantener la atención, para concentrarse y hasta déficits de memoria o amnesias. El nivel emocional es el que afecta más profundamente por encarnar tristeza, angustia, desesperación, miedo, o impotencia. Conductualmente, existe gran variedad de respuestas tales como la evitación, la negación, la agresividad o la huida. Todo este cóctel de sensaciones se materializan en el llamado «shock psicológico» que sume al sujeto en un estado de aturdimiento, despersonalizándolo llegando incluso a mostrar una nula reacción emocional.
El rol del personal de apoyo también tiende al acompañamiento de afectados y familiares transmitiendo un mensaje tranquilizador, de consuelo, al mismo tiempo que intentará hallar la válvula de liberación de tensión de cada sujeto mediante una observación y un diálogo destinados a elaborar un boceto psicológico de la persona a la que está atendiendo.
Un aspecto que no debe ser descuidado y que puede desarrollar el psicólogo en caso de que nadie del entorno tome decisiones, es el relacionado con la organización. El establecimiento y cumplimiento de un descanso, proporcionarle alivio emocional templando sus emociones, asegurarse de que la persona al cuidado no se sienta sola o proporcionar estrategias de afrontamiento para la vuelta paulatina a las actividades rutinarias son algunos ejemplos de cuestiones igualmente importantes aunque no sean objeto de una intervención contingente al suceso traumatizante.
Siempre hemos de saber detectar cuándo alguien necesita soledad, intimidad o silencio, y sobre todo, respetarlo. Los tiempos varían en función de la personalidad de las personas y tenemos que escuchar sus necesidades para poder brindarles recursos dirigidos a solventarlas.
Como es de esperar, es imprescindible que el psicólogo actúe de manera inmediata con el fin de paliar, en la medida de lo posible, el desconcierto acaecido y reducir la conmoción. Por tanto, la formación del personal interviniente habrá de ser concreta, específica y, eminentemente práctica con sesiones de entrenamiento en técnicas de apoyo psicológico.