Competencia en el grupo de pares.
La competencia es muy frecuente en el entramado social en general y en el grupo de pares en particular. La sociedad actual nos encuentra con una gran vacío de sentido. Cuando quedamos frente a esa ausencia y la incapacidad de encontrar sentido a la vida misma o a lo que nos rodea, quedamos a veces en plena lucha de poder.
La competencia existe en la naturaleza, es instintiva. La lucha por el territorio, el dominio, la supremacía de unos sobres otros. La competencia y la lucha se erigen cuando lo que se observa es la rivalidad dicotómica entre uno y el otro. La supervivencia más primitiva que implica algo así como «es él/ella o yo» y no ambos. En esta puja de poder tan fuerte se observa una lucha entre egos, la necesidad de dominar al otro, ser superior o inferior.
El contexto de lucha implica la concepción de dos bandos contrarios, o dos individuos que de algún modo se enfrentan. El objetivo se instala en superar al otro, muchas veces sin registrar los medios y las razones por las cuales se hace.
El grupo de pares es aún más un terreno fructífero para la competencia, los celos, la rivalidad y la envidia. En los pares vemos un reflejo más cercano de nosotros mismos, edades y etapas de la vida similares, y pronto se balancean y se ponen en juego los logros de cada uno. Lo que el otro es y hace puede reflejarnos lo que queremos, o lo que no pudimos, e inmediatamente nos confronta con nuestros propios asuntos en relación a eso. Así como el fallecimiento de una persona de edad cercana moviliza por lo general temores asociados a la propia muerte, así también los logros o situaciones en la vida de otros en el grupo de pares pueden movilizar inseguridades o asuntos no resueltos.
La competencia es terreno del ego, del deseo y del temor. De la necesidad de superar a un otro o de sentirse, de otro modo, inferior. Es una característica, además, potenciada en el sistema de consumo y redes sociales de la actualidad. Las redes nos muestran máscaras, realidades ilusorias, idealizadas, que despiertan las más profundas miserias y frustraciones. El consumo, a su vez, nos pide tener más y ser «mejores» cada vez, poniéndonos enfrente modelos que se pretenden copiar o seguir. En este panorama es difícil no quedar capturados en estas luchas.
La competencia y la comparación se corresponden con los mecanismos de proyección. introyección e identificación que se ponen en juego. El otro nos refleja, se transforma en un rival a ser superado, deja por momentos de ser visto como amigo o compañero, alguien que mediante su recorrido puede enriquecer el propio, y para pasar a ser percibido como amenazante.
En estas dinámicas de opuestos, el otro es visto como el que encarna todos los males o como un ser perfecto al que se aspira a emular. En él se proyecta mucho de lo que el individuo no puede aceptar de sí mismo.
La competencia con los pares se trasciende cuando se trabajan los propios asuntos inconscientes y se aceptan las propias potencialidades. Esto nos ubica en un plano en el cual las dualidades no son excluyentes, se pueden aceptar los logros ajenos y también creer en los propios, y comprender que no se es inferior ni superior a nadie, sino que cada camino es singular y valioso.