Emigrar: No es oro todo lo que reluce
«¡Qué suerte!» exclamamos cada vez que alguien nos cuenta que se traslada a vivir o a trabajar al extranjero. Nos bombardean con la buena vida que se disfruta en otros países que no son el nuestro, los buenos trabajos justamente remunerados, la vida bohemia o del amplio abanico de oportunidades que nos esperan fuera de nuestras fronteras. Así es la globalización, nos deja hambrientos de nuevos mundos, nuevas realidades. En definitiva, nunca dejamos de buscar nuevas esperanzas e ilusiones.
En cierta medida, todo ello puede ser real, pero el alejamiento de la realidad personal sumado a la llegada a un nuevo entorno no están exentos de provocar cierto desequilibrio que, en ocasiones, no puede ser superado por el emigrante obligándole a regresar a su país de origen.
Una vez se toma la decisión de abandonar el país, se desencadenan una serie de acontecimientos que pueden considerarse como desafíos a superar. Nos referimos a :
Separarse de familia y amigos
Es la primera circunstancia a la nos enfrentamos al emigrar. Desprenderse del contacto físico de los seres más próximos, de estar seguros por tenerlos disponibles, nos entristece y nos provoca inseguridad. Es importante que exista una sólida red de apoyo formada por las personas consideradas importantes en la vida de la persona que se traslada. De lo contrario, la soledad y la frustración generadas darían lugar a un sentimiento de miedo hacia la nueva realidad. Paradójicamente, es frecuente que la lejanía aumente los afectos, y las relaciones se fortalezcan
Cambio de cultura
Cada persona lleva consigo un bagaje cultural formado por concepciones y actitudes hacia la vida y la forma de vivirla que pueden ser totalmente opuestas en el país de destino. El proceso de adaptación puede transcurrir con altos niveles de ansiedad y de desorientación por lo que es aconsejable tomárselo con calma y dedicar tiempo a observar el funcionamiento de todo lo que nos rodee: patrones de conducta, alimentación, forma de vestir, etc. Siempre es beneficioso recoger toda la información posible previamente a la partida. En la actualidad, Internet es una herramienta muy poderosa en ese sentido. Úsala.
Aprendizaje o dominio de una nueva lengua
No nos engañemos: aprender una nueva lengua exige mucho esfuerzo. Cuando se aprende de manera consciente y siendo imprescindible como vehículo de comunicación en el nuevo destino, el emigrante debe buscar el mayor número posible de fuentes de aprendizaje. La televisión, la radio, el autobús, la calle, o los bares serán tus profesores a jornada completa, pero tú tendrás que hacer el trabajo. Cuanto antes empieces y seas constante, antes acabarás con esa tensión lingüística.
Sentimiento de pérdida de seguridad
Estamos acostumbrados a controlar el entorno, nos sentimos cómodos sabiendo que disponemos de sanidad, de alimentos, de condiciones higiénicas que elegimos y que tenemos disponibles cuando lo deseemos. Sabemos que, salvo en países subdesarrollados, todos los países disponen de los mismos recursos. Otro cantar es que tener que buscarlos, conocer su funcionamiento e integrarlos en nuestra vida de emigrante, nos parezca una tarea, cuanto menos, engorrosa. Apelamos a la tranquilidad, la paciencia, y la organización para minimizar el impacto negativo que pueda ejercer sobre nosotros el desarrollo del proceso.
Así pues, no creas que eres un bicho raro por no sentirte plenamente realizado, al menos en los primeros meses, con la nueva aventura que has decidido emprender. Todo en la vida requiere adaptación que puede no ser sencilla, pero piensa que otros han pasado por lo mismo que tú y , al final, todo pasa. Es cuestión de tiempo.