La Adolescencia
La Adolescencia es el período de la vida que se extiende desde la pubertad (alrededor de los doce o trece años) hasta alcanzar el status de adulto, que en la actualidad representa los 25 ó 30 años, cuando la identidad ha sido establecida y ha surgido un individuo integrado e independiente.
En sociedad complejas es una época de turbulencia y transición donde surgen tendencias contradictorias, desde la exaltación y actividad sobrehumanas a la indiferencia, el letargo y el desgano, desde el egoísmo extremo a la generosidad exagerada, desde el aislamiento hasta la sumisión total al grupo.
El adolescente necesita desesperadamente ser idéntico al otro para posteriormente diferenciarse. Anhela encontrar ídolos pero también se rebela a la autoridad.
En sociedades tribales no existe esta etapa de transición porque luego del ritual de iniciación, en la pubertad, un niño o niña pasa a ser adulto sin paso previo.
Según las investigaciones realizadas con nativos de Samoa, Margaret Mead llega a la conclusión que las pautas según las cuales el niño obtiene la independencia varían de una cultura a otra. En Estados Unidos, la diferencia entre el niño y el adulto está fuertemente marcada por las instituciones sociales y legales y el cambio de modo de la relación interpersonal de una edad a otra provoca discontinuidad en el proceso de crecimiento. En oposición a ello, el niño samoano sigue una línea evolutiva relativamente continua ya que no se considera al niño como básicamente diferente al adulto.
Margaret Mead cree que los lazos familiares demasiado fuertes traban al individuo en su capacidad de vivir su propia vida y de tomar sus propias decisiones. Hay que enseñar a los niños cómo pensar y no qué pensar, y no se le debe enseñar nada que tendrá que olvidarse más tarde, para poder ser un adulto maduro.
La tarea primordial del adolescente, desde el punto de vista psicoanalítico, puede resumirse como el logro de la primacía genital y la consumación definitiva del proceso de la búsqueda no incestuosa del objeto amoroso.
Pero desde otras perspectivas lo más importante para un adolescente es la búsqueda de su propia identidad. Toda persona tiene que saber realmente quién es y quién desea llegar a ser antes de poder decidir quién será un compañero conveniente para ella.
En la adolescencia existe una necesidad desesperada de pertenecer socialmente a un grupo. La barra ayuda al individuo a encontrar su propia identidad dentro del contexto social, y aspectos diferentes del lenguaje, gestos y vestimenta constituyen una defensa necesaria contra los peligros de la dispersión de la identidad en vías de formación.
Los adolescentes son extremistas y omnipotentes y se sienten identificados con sistemas totalitarios tanto de izquierda como de derecha porque para él no existen los grises.
Freud proponía encauzar la energía sexual mediante la sublimación, es decir canalizarla hacia fines socialmente aceptables, como la cultura. Si un adolescente puede lograr un equilibrio armonioso entre la negación de la gratificación sexual y la sublimación sin represiones, evitaría ambos extremos de la inadaptación, la neurosis y la vida inmoral y se acrecentaría la productividad y la creatividad de la educación.
En una relación amorosa verdadera de adultos maduros, la sexualidad y el amor puro convergen en la sexualidad afectiva, pero en un adolescente se desarrollan separadamente. Si todavía no ha podido integrar ambos aspectos preferirá tener relaciones sexuales con otra que no sea su novia a quien ama.
Las experiencias sexuales precoces conducen a un desarrollo psicológico inarmónico, puesto que el amor puro y la sexualidad aún no están unidos y la sexualidad sin el amor puro es vivida como una experiencia superficial y sin importancia.
Spranger infiere que la gratificación sexual ha de posponerse por inhibición porque la inhibición de los deseos sexuales constituye un aspecto importante del desarrollo de la personalidad.