La Espiritualidad y el Kung Fu
“Si el hombre no se odiara tanto a si mismo no habría guerras.” Buda
Hace unos años un joven alemán desorientado, en un mundo donde él pensaba que no encajaba, y habiendo perdido el sentido de su vida que consideraba estancada, decidió emigrar a China e internarse en la Academia china de Kung Fu, en Shao Lin.
El templo de Shao Lin es la cuna de las artes marciales chinas que está estrictamente unida a la religión budista.
A este joven, que era el único extranjero, lo llamaron Shang Li, y era habitual que la gente del lugar lo rodeara en las calles de ese barrio bajo tan populoso, con mucha curiosidad. El joven no hablaba ni inglés ni chino, por lo tanto la comunicación sólo podía lograrse con algunos gestos universales.
Vivía en condiciones muy precarias, en comparación a las comodidades a las que estaba acostumbrado en su lugar de origen, y en ese pueblo, además de que la higiene era desastrosa, no había ni calefacción ni agua corriente.
El primer período en la escuela fue muy riguroso, había sólo un baño para doscientos estudiantes y el olor a amoníaco durante todo el día lo descomponía. El clima era muy severo, la comida se reducía a un cuenco de agua con algo de arroz por día, ni dulce ni salado y a veces un trozo de pan cocinado al vapor, y el agua le provocó problemas intestinales y vómitos hasta que se acostumbró.
La presión mental que sufren los estudiantes durante los primeros años en el templo no permite relajarse porque no hay excusas.
Impera una dura disciplina sin cuestionamientos y las faltas eran sancionadas con castigos físicos.
La mayoría de los estudiantes de esa escuela, son chinos que luego de ese entrenamiento pueden elegir ser policías, militares o dedicarse a practicar las artes marciales.
El nuevo nombre del joven alemán fue Yang Li, que estudió Budismo y practicó durante siete años artes marciales en la escuela de Shao Lin.
El Budismo en ese lugar es la parte central de la vida cotidiana, el templo el lugar principal y la comida es vegetariana.
Yang Li todavía no es un monje, apenas es un discípulo del templo, puede tener posesiones, casarse y tener hijos. Un monje en cambio, debe separarse de todo lo material y vivir de las donaciones.
Todas las lecciones de las artes marciales tienen el mismo fundamento: la meta es encontrar el corazón. Hay que conocer la cultura china para encontrar la conexión con el Kung Fu, y el Budismo se aprende con la teoría y la práctica, o sea con el cuerpo y el alma.
El arte del Kung Fu está en los movimientos suaves, que también pueden ser fuertes en algunos casos.
Por ejemplo: en el boxeo los movimientos son fuertes y rápidos pero también pueden ser suaves y lentos; y en la escritura es igual, algunos rasgos son fuertes y otros más débiles. La caligrafía china y el Kung Fu también se relacionan.
Hay dos caminos para aprender: practicar más y prestar atención a los demás para mejorar, llegando a alcanzar al mismo tiempo cierto nivel espiritual.
Actualmente las escuelas de Kung Fu ofrecen mayores comodidades, ya que con los años las condiciones de vida han mejorado.
Yang Li finalmente se adaptó. Sostiene que las reglas chinas son las que más disfruta porque en el resto del mundo tiene que vivir decidiendo qué hacer y eso para él que se sentía desorientado, le resultaba muy difícil.
Reconoce que es un estilo de vida diferente y riguroso y que hay que esforzarse, pero se logra adquirir una coraza de hierro, una fuerza interna que considera buena para todas las facetas de la vida, porque entrenar el corazón es maravilloso.
Yang Li está convencido que el hombre común es débil para resistir las influencias como el dinero, los compañeros de correrías, la fama, y no se da cuenta que está perdiendo su valioso tiempo para ser él mismo.
Aplacando al alma y practicando las enseñanzas y la Verdad de Buda, todos los seres somos iguales, así como también, los animales y hasta los insectos, porque la vida está en todos ellos.
Yang Li afirma que para comprender todo esto hay que cultivar el espíritu y para saber qué es la vida sólo se necesita experimentar y observar.
Cuando sometemos al cuerpo a una severa disciplina nos encontramos con nosotros mismos