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La exigencia como castigo.

Publicado por Lic. Maria V.

Con frecuencia se considera a la exigencia como una actitud respetable, e incluso, deseable de ser ejercida hacia uno mismo y hacia otros. Se la observa como medio para la superación, para el logro de objetivos y la búsqueda de la «excelencia».

Hace tiempo atrás mucho más que ahora, ser exigente era considerado un signo de dignidad y compromiso, que supuestamente caracterizaba a miembros de la sociedad que se esmeraban por crecer y hacer crecer a los demás. Con el tiempo, la exigencia desmedida se fue reconociendo en sus aspectos censuradores y dañinos. En la crianza, los modos inflexibles y ultra exigentes mostraron consecuencias perjudiciales.

Hoy sabemos que la exigencia, cuando es excesiva e inflexible, suele ser la causante del efecto contrario del que, en teoría, se buscaría alcanzar por medio de ella, generando detenimiento, parálisis de la acción, duda excesiva, dificultad para elegir, entre otras cosas.

La exigencia inflexible no permite crecer; por el contrario, es un modo frecuente de castigo y de obturación.

Las personas fuertemente exigentes y críticas, suelen serlo consigo mismas y con otros. Muchas veces uno de estos aspectos está más acentuado, y el otro, invisibilizado. Sin embargo, es un rasgo que suele estar presente en la mayoría de las áreas de la vida de dicho individuo.

La exigencia pretende instalar la noción de que siempre hay un estado o situación mejor, (más correcta, más evolucionada, más prolija, más desarrollada) que la actual.

A partir de esta premisa, el sujeto estaría siempre en cierto déficit, ya que todos sus logros se evalúan en función de esa otra cosa. Esta dificultad en el reconocimiento y la valoración de la situación actual es la que, de un modo u otro, se puede interpretar como castigo.

La exigencia excesiva busca un ideal de perfección que en sí mismo es inexistente. Es decir, que haga lo que haga la persona, la sensación será siempre de insuficiencia.

Si nos referimos enteramente a la autoexigencia (es decir la exigencia ejercida hacia la persona misma), muchas veces suele ser un obstáculo para el cambio y el desarrollo del individuo.

En estos casos, la demanda, la presión y la expectativa llega a ser tan alta que el sujeto prefiere no hacer antes que frustrarse. O el esfuerzo termina no siendo reconocido, pudiendo desencadenar en episodios depresivos.

La autoexigencia lleva a la demanda de cumplir con todo, teniendo el individuo serias dificultades para poner límites o delegar.

La exigencia suele ser resultante de la introyeccion de las figuras de autoridad: madre, padre, cuidadores, educadores que han desempeñado estos roles son introyectados a lo largo del desarrollo. Esto significa que sus discursos (retos, descalificaciones, falta de reconocimiento) empiezan a habitar dentro de la propia persona. Sin necesidad de que alguien le marque que ha hecho algo mal, la persona exigente ya se lo censura de antemano.

Es muy importante, conociendo esto, desarmar la noción literal de que la exigencia es indicio de progreso y superación, porque no es así.

La exigencia drástica, a cualquier costo e inflexible, que no permite el reconocimiento, la valoración y la comprensión por las situaciones que atraviesa el individuo, ocupa más bien el lugar de castigo o autocastigo, frenando los procesos en lugar de potenciarlos.