La Meditación Zen
Según la filosofía Zen la meditación no es una técnica, no se puede practicar como un ejercicio común ni tampoco es un esfuerzo que hay que hacer, porque no forma parte de nuestros pensamientos, porque recién donde terminan nuestros pensamientos comienza la meditación.
La meditación es un estado natural, sólo es un estado que hay que recordar porque está dentro de nosotros mismos esperándonos.
Es un estado de claridad interior, no un estado mental, porque la mente es pura confusión. Recién cuando los pensamientos desaparecen se puede ver muy lejos, hasta el fin de la existencia.
Tampoco se trata de intentar de dejar de pensar porque entonces estaríamos practicando otra técnica más. Sólo hay que dejar que los pensamientos decanten, sin hacer nada, relajado, como si estuviéramos durmiendo despiertos.
Después de un tiempo, de repente uno estará consciente, la meditación viene sola, simplemente ocurre.
Hay que cambiar la “Gestalt” es decir, la forma de percibir, porque normalmente tenemos conciencia de los diálogos internos pero no de los espacios entre cada una de las palabras.
No es posible ver los opuestos al mismo tiempo, cuando vemos lo opuesto lo primero desaparece. La mente sigue mirando las palabras y por ello no ve los silencios después de cada palabra. Sólo hay que cambiar de enfoque.
Las personas fallan en la meditación porque creen que es algo aburrido, sin embargo la verdadera meditación no es así, se disfruta enormemente, porque no se trata de seriedad sino de tranquilidad.
Si uno está relajado, las palabras que surgen con los pensamientos son las figuras de una “Gestalt” o forma de ver, y el silencio es el fondo. Tendremos que fijar la atención en el fondo que es el silencio, donde no hay ninguna huella para recordar. En ese vacío estamos nosotros, como realmente somos.
La mente significa palabras y el Yo esencial significa silencio. Por ejemplo, el aburrimiento que ocasiona el repetir un mantra o una oración muchas veces nos ayuda a deshacernos de las palabras y a deslizarnos hacia el silencio. Pero no hay que dormirse.
Al principio es difícil pero se puede llegar a que la mente deje de hablar espontáneamente, es posible y sin esfuerzos, porque es como cuando intentamos dormir, no podemos forzar el sueño porque viene solo cuando nos relajamos y abandonamos nuestro diálogo interno.
La meditación aporta inteligencia infinita y la vida se vuelve más rica pero jamás hay que forzarla, ni ser un asceta ni un masoquista para lograrlo. Sólo hay que lograr ser plenamente consciente de nosotros mismos.
La mente nos sigue engañando porque no somos capaces de ver las verdaderas motivaciones de nuestros actos. ¿Por qué le pegamos a nuestro hijo? ¿porque no hizo la tarea? o ¿porque estamos furiosos con nuestro jefe?
Las personas más creativas se convierten en adeptos de la meditación, en realidad meditan sin darse cuenta, se concentran en algo que los motiva.
Las no creativas tienen mayores dificultades, tienen miedo de salirse de su rutina.
Los poetas, los pintores, los músicos, los bailarines logran penetrar la meditación más fácilmente que los hombres de negocios que viven una vida rutinaria y sin la más mínima creatividad.
La mente es el pasado que está controlando el presente y el futuro y nos dice que si seguimos haciendo lo viejo seremos más eficientes porque tenemos ya la experiencia y lo nuevo es lo desconocido.
Por eso, cuando tengamos que escoger entre dos alternativas tendríamos que elegir siempre la nueva, la más difícil, la que requiere una mayor conciencia. Es decir, escoger siempre la conciencia a expensas de la experiencia y así se creará la situación en que la meditación se hará posible.
Un día escuché a una actriz exitosa que le contestaba a un periodista, sobre la posibilidad de realizar otro programa diferente: “La experiencia me enseñó que jamás tengo que abandonar un éxito”, le dijo.
Gracias a esa forma de pensar la televisión sigue siendo decadente, porque es más seguro para los productores que arriesgan dinero, y es también más seguro para los actores que conservan así su trabajo. Renuncian a la incertidumbre porque tienen miedo, cuando la vida es sólo inseguridad y cambio.