Los Milagros
Existen fenómenos en la realidad que no dejan de desconcertarnos, y estos son los milagros. Suelen ser eventos cuya ocurrencia da por tierra con todo lo conocido hasta ahora por la ciencia, porque no se pueden explicar racionalmente y hasta ahora, los que no tienen Fe, los atribuyen al azar.
Si el azar existe o no existe desde el punto de vista científico todavía es un enigma, por lo tanto sólo nos queda creer o no creer en los acontecimientos fortuitos.
Desde siempre estos hechos tienen una explicación religiosa: existe un Ser sobrenatural y todopoderoso que nos ayuda en los momentos difíciles; y para lograr su colaboración divina, sólo debemos pedírselo, ya que Él por su cuenta no puede hacer nada para no interferir con nuestro libre albedrío. Ese Ser tiene el poder de obrar milagros, es decir hechos que desafían la razón y las leyes de la naturaleza.
Todos conocemos los milagros que ocurren en los lugares sagrados, ampliamente reconocidos por las autoridades eclesiásticas. Cristo obraba milagros, pero cuando realizaba una curación milagrosa sólo decía “tu fe te ha salvado”, como si el hecho no hubiera dependido de Él.
Me interesa investigar estos fenómenos desde el punto de vista psicológico, en la forma más científica posible, ya que si realmente existe la posibilidad de la participación humana para que estos hechos ocurran, lo mejor es emprender la tarea de descubrir la manera de hacerlo, y no hay nada mejor que la propia experiencia para realizar el experimento.
Convoqué a una paciente interesada en estas cuestiones, que tiene la misma inquieta curiosidad de llegar a demostrar la siguiente hipótesis: Si seguimos una serie de comportamientos determinados específicamente se podrá observar la ocurrencia de ciertos fenómenos que deseamos y que desafían las leyes de la lógica. Y más aún, si continuamos comportándonos de la misma forma se producirá una cadena de acontecimientos altamente improbables e inexplicables, tendientes a satisfacer nuestros más mínimos deseos.
Se trató de controlar las variables intervinientes, eligiendo una fecha al azar para el mes siguiente que se guardó en un sobre, para ser abierto el último día del mes anterior al experimento, para evitar que el conocimiento de la fecha pudiera ser utilizado para manipular los resultados.
La demostración de la hipótesis se realizó el día señalado en mi consultorio y comenzó con un pensamiento. La paciente tenía que pensar en un deseo y luego dejarlo ir de su mente, con una actitud de entrega y sin compromiso con los resultados. Simplemente, algo como “me gustaría que pasara…” y luego dejarlo ir.
El deseo en particular era que su marido la invitara a almorzar a un famoso restaurante al día siguiente, hecho que consideraba altamente improbable ya que nunca estaba dispuesto a concurrir a lugares sofisticados.
Una vez manifestado simplemente el deseo, la señora se retiró a su domicilio.
Una hora después me llama por teléfono muy excitada y me dice que al día siguiente se cumplían cuarenta y nueve años desde que su marido y ella se conocieron, fecha que no acostumbraban recordar, pero que al mirar su agenda reconoció. Había ocurrido una coincidencia significativa. Por lo tanto, el almuerzo en el famoso restaurante fue un hecho.
Aunque haya sido controlado, este hecho no es considerado prueba suficiente como para comprobar una hipótesis científica y formular una tesis, pero no cabe ninguna duda que nos dejó con el suficiente interés de continuar con la demostración siguiente, o sea, la ocurrencia de la cadena de acontecimientos deseados altamente improbables.