Violencia Familiar
La convivencia cotidiana es difícil, porque el natural egoísmo que todos tenemos, hace que cada uno pretenda refugiarse en su propio mundo para no tener enfrentar el ejercicio de un rol, que no está dispuesto a desempeñar. El que por alguna razón no logra o no puede evadirse o aislarse, se torna agresivo y hostil.
Son los dos mecanismos que utilizan los animales frente a cualquier amenaza del medio que atente contra su integridad, la huida o la agresión.
Los humanos supuestamente cuentan con mayores recursos para resolver sus problemas sin embargo no demuestran querer utilizarlos en sus momentos de crisis.
Sabemos que cualquier relación se base en dos sentimientos básicos: el odio y el amor. Decimos que una relación es buena cuando predomina el amor y mala cuando predomina el odio; pero siempre existen los dos sentimientos en ambas.
En toda relación, sin excepción, en algún momento surgirá una situación de conflicto que provocará en ambos o en uno de los integrantes un monto de hostilidad.
Unos de los motivos del sufrimiento y también de las enfermedades son la idea de no conflicto y la creencia de poder modificar la conducta del otro. Somos capaces de enfermarnos gravemente para que nos presten atención y además creemos que somos los únicos que tienen esos problemas.
Si partiéramos de la base que el otro siempre es inmodificable se podría cambiar no sólo la dinámica familiar sino también el mundo.
Cuando la infelicidad golpea las puertas del hogar, los únicos que pueden transformar esta situación somos nosotros mismos.
Solo cambiando uno se puede lograr cambiar al otro y también todo a nuestro alrededor.
En un ambiente familiar conflictivo siempre existen necesidades insatisfechas que son la fuente de los problemas.
La esposa necesita un marido de tiempo completo que participe de sus intereses. El marido quiere atención, pero a la vez que lo dejen tranquilo con su trabajo que por lo general asume en forma compulsiva. Por su parte, los hijos necesitan a un padre y a una madre disponibles.
Todos viven en su pequeño mundo individual atentos a sus deseos y nadie participa del mundo del otro ni lo comprende, y de esa manera todo es sufrimiento.
Esta actitud egocéntrica, suele estar encubierta con sobreprotección para aliviar la culpa.
Los esposos pagan todas las cuentas, la madre no deja que falte nada, los chicos tienen demasiadas cosas superfluas que ocupan el lugar de los progenitores ausentes.
En esta guerra familiar los hijos no tienen nada que perder, y son capaces de morirse de cualquier manera con tal de conseguir lo que necesitan.
La agresión física es una forma desesperada de conectarse con los padres; porque una paliza puede ser desagradable y dolorosa pero satisface la necesidad básica de conexión.
Las mujeres golpeadas, son un clásico familiar. Se niegan a mantener relaciones sexuales y el marido las golpea, generalmente en estado de ebriedad. Es un círculo vicioso que sólo termina con un asesinato o una separación.
Siempre me he cuestionado esta forma de relación y es difícil elucidar si el estado de ebriedad se debe a los continuos rechazos o si los rechazos son por el estado de ebriedad.
Lo cierto es que muchas mujeres golpeadas continúan siendo golpeadas aunque cambien de parejas.
Estas situaciones exigen apoyo psicológico. Como los adultos suelen negar la necesidad de una atención psicoterapéutica, siempre recomiendo que en primer lugar lleven a los hijos. Es un comienzo que puede convencer a los padres a someterse ellos también a una psicoterapia.
Si tan solo pudiéramos tomar conciencia de lo vulnerables que somos y que la vida puede terminar en un minuto, le daríamos menos importancia a nuestro mezquino mundo personal y más valor a nuestros seres queridos, que recién comenzamos a apreciar cuando se van o cuando mueren.