De igual a igual
En todas las culturas, incluso las indígenas, los niños son educados en interacción con otros niños. Es más, según van creciendo, enseguida pasan cada vez más tiempo con sus compañeros y amigos y menos con adultos. Pasan a ser su grupo de referencia con los que se comparan, compiten, colaboran, confrontan. Su vida infantil gira alrededor del mundo infantil. Por eso mismo necesitan un entorno adulto que vigile, guíe, oriente y reconduzca al niño, que todavía es inmaduro física y psicológicamente, cuando sea necesario
Este interés social por los semejantes surge pronto:
- Los bebés de 5 meses miran, sonríen y tocan a otros bebés.
- Entre los 2 y 5 años, estos vínculos se expanden y surgen nuevas maneras de relacionarse. El niño aumenta progresivamente su competencia social y la complejidad de los nexos debido a que aparecen las formas simbólicas, sobre todo, el desarrollo del lenguaje y del pensamiento abstracto.
Desde la más tierna infancia buscamos ser aceptados y tener afinidades con otros muchachos, lo que nos proporcionará experiencias que perdurarán en nuestra memoria para siempre.
Al contrario, si uno se siente rechazado crece la inseguridad y baja la autoestima. Ya conocemos las consecuencias personales que puede acarrear, así que mejor será atajar estos hándicaps en cuanto atisbemos algún desequilibrio. La influencia de los amigos es máxima según entramos en la adolescencia. Cuidado, para (muy) bien o para (muy) mal.
En consecuencia, prestemos atención a las amistades de nuestros hijos, conozcámoslas, hablemos con ellos, de ellos, ofrezcámosles un espacio de comunicación respetuoso y, si es posible, observémosles cuando no se dan cuenta. Es en esas situaciones donde reluce la verdadera naturaleza de esa amistad. Ni siquiera así nos aseguramos el éxito en la protección de lo perjudicial y la supervisión de su desarrollo; de no hacerlo, nos priva de una valiosa información que nos ayudará a tomar decisiones en un momento dado.
Tanto es así, que, en la escuela, la idiosincrasia de un grupo de niños puede mejorar o empeorar el rendimiento global de la clase. Pregunte en cualquier escuela y le mostrarán pruebas fehacientes de cuánto influyen las características de la clase hasta en las conductas agresivas. Con todo, conviene que los centros educativos patrocinen una inteligencia compartida a partir de la cual se exige la utilización de un pensamiento sistémico.
¿Y si le damos la vuelta a la tortilla? Aprovechemos la influencia de los iguales en beneficio de todos. Saquemos lo positivo de ellos, enseñémosles valores de la manera más efectiva posible: a caminar se aprende andando. Un ejemplo aplicado es la SADD (Students Against Driving Drunk) que apostó por usar la presión positiva de los compañeros para disuadir a los adolescentes de conducir tras la ingesta de alcohol. Este movimiento tiene adscritas unas 25.000 asociaciones cuyos miembros se apoyan unos a otros en el compromiso de no conducir si han bebido o no permitir que lo hagan quienes estén en esa situación. Inclusive, se han animado a “luchar” bajo la misma premisa contra otras decisiones destructivas.
Otra de nuestras funciones en el ámbito familiar es mantener relaciones saludables entre todos los miembros para fomentar la sociabilidad. Este acto redundará en una óptima adaptación fuera de la familia. Podrá el sujeto gozar de las virtudes de la amistad: de evolucionar juntos, de convivir, de colaborar, de disponer de confidentes que compartan vivencias. Es así como intentaremos evitar el mutismo en la preadolescencia y sus secuelas en la juventud y la vida adulta.
Para finalizar, añadimos una recomendación en aras de lograr niños adaptados y comprometidos socialmente: alentarles a participar en actividades comunitarias o que se relacionen con compañeros que las realicen. Qué mejor manera de incitarles que sirviendo de modelos.