Vidas Ejemplares
No se trata de ser intelectual sino de ser sabia
A los 101 años dejó de existir ayer, una mujer ejemplar, tan poco común como tal vez haya habido pocas.
Una mujer que había descubierto el secreto de la felicidad: la vida sencilla.
Llegó de Galicia a los 22 años, como otros inmigrantes, con sus esperanzas puestas en la Argentina de principios del siglo XX, un país de brazos abiertos a todos los hombres del mundo que querían habitar este suelo.
Trabajó incansablemente, inspirada por la saludable sabiduría europea de todo inmigrante y crecida en una cultura que priorizaba el trabajo, la honradez y el honor.
Se casó en Argentina con un hombre de su pueblo que también como ella cruzó el Atlántico con las mismas esperanzas.
Tuvieron un hijo que supieron educar y criar con la intención de forjarle un mejor destino; evitándole así la incertidumbre de la falta de oportunidades.
Inquieta, sagaz, de fuerte carácter, pudo sobrellevar con dignidad las dificultades de la vida que a todos alcanza, pero que no siempre se logran superar sin acusar signos de depresión o amargura.
Esta verdadera mujer, acostumbraba a enfrentar las cosas que le sucedían sin cuestionarse demasiado y sin protestar, basándose en un conocimiento intuitivo de la realidad y en la aceptación de la vida tal cual es, criterio que la acompañó y nunca la abandonó.
Sin embargo no era conformista, sino realista y responsable de sus actos, sin la imperiosa necesidad de culpar a otros por su condición y con todas las energías puestas en sus sabios proyectos.
Nunca sufrió de depresión, ni tomó pastillas para dormir, ni tuvo problemas de pareja, ni enfermedades graves, ni se quejaba de sus circunstancias; porque estaba concentrada en sus objetivos con plena confianza y con fe en Dios.
Amaba la vida; deseaba vivir muchos años y lo consiguió, logrando cumplir muchas de las cosas que se había propuesto.
Se extinguió debido al desgaste propio de la vejez, sin padecer el yugo de una penosa enfermedad y sin sufrir dolor alguno.
Con su última gota de energía exhaló el último suspiro, naturalmente, como debería morir toda la humanidad, sin ningún sufrimiento.
Fue un ejemplo de salud mental y de éxito en su propia vida, digna de imitar por los que se sienten desconformes, que viven quejándose y no paran de cuestionarse sobre las injusticias de la vida, cuando se sienten frustrados; y para que se identifiquen los que en su afán de trascender y salir del anonimato, desarrollan un espíritu de competencia y crean una expectativa de rendimiento que no siempre pueden cumplir y que les provoca estrés; porque no se dan cuenta que los resultados que superan la media estadística son difíciles de mantener y que en algún momento, inevitablemente, se verán obligadas a volver al llano; y no siempre se logra superar la frustración de perder la gloria luego de saborear la victoria.
Esta singular mujer podía intuir que la vida no es ni justa ni injusta, que simplemente Es; que los sucesos son siempre transitorios y nada es para siempre; que el verdadero sabio es el que no se envanece con el éxito ni se doblega frente a los fracasos y que competir, sobresalir, destacarse, es sólo una necesidad del ego, es pura vanidad que nos lleva siempre a preguntarnos después: ¿Y ahora qué?