La promesa de felicidad
Muchas veces los pacientes acuden a la consulta esperando una promesa de felicidad. Es más, se la piden a los políticos que gobiernan un país, se le pide a la industria farmacéutica y a la medicina…
Bien, también al psicoanálisis se le demanda una respuesta, una promesa de que al final, se logrará «ser feliz».
Esta vez, para abordar este tema me referiré a lo que lacan nos plantea en su Seminario sobre La Ética del Psicoanálisis»(1959-1960) específicamente a la clase intitulada por Miller «La demanda de felicidad y la promesa analítica».
Pocos años antes ya nos había dicho Lacan que el analista debe pagar, no solo el paciente es el que paga. El analista paga con sus palabras, en tanto sus interpretaciones tienen efecto en el sujeto. También paga con su persona -en el sentido que la debe dejar por fuera del dispositivo analítico- en tanto el único sujeto en juego allí es el paciente. Así que de la persona del analista, nada. Y debe pagar también con una acción, algo que concierne a la ética.
No se trata de juzgar al paciente en términos morales, pero algo tiene que decir, en un acto que horade, que agujeree ahí donde puede existir una saturación por la inflación del yo.
Cuando alguien pide un análisis, ¿pide llegar al final, eso es lo que pide?
Lo que se nos pide, dice Lacan, es la felicidad. Nada más ni nada menos. Ser felices…
El analista recibe esa demanda -la aloja, decimos- pero está muy lejos de responder a esa demanda; no hay en psicoanálisis una disciplina de la felicidad. El analista pretende, mediante caminos que pueden llegar a sorprender a varios, que el sujeto se ubique en una posición que le permita tomar las cosas del lado «adecuado»; pero ¡cuidado! adecuado para el sujeto, no para el analista -algo que se ha convertido en una desviación típica en las terapias del yo.
Si vamos a Freud, encontramos en él dos maneras de satisfacer felizmente a las tendencias pulsionales, y tienen que ver con la sublimación. Una es la versión más «esotérica» de la sublimación, que alude al artista y a su posibilidad de transformar sus deseos en productos que se vendan. La otra es la satisfacción de la pulsión sin represión, cambiando el objeto al que se dirige.
Lo que nos dice Lacan, es que la satisfacción está en la tendencia pulsional misma, no en el objeto.
Así -algo que ya había articulado Lacan en la tríada necesidad-demanda-deseo- la demanda siempre demanda otra cosa; cuando la necesidad se satisface, exige otra cosa: que esa satisfacción se extienda al deseo, pero no, el deseo, sabemos con Lacan, está más allá de la demanda…
Si se demanda felicidad, la respuesta es un agujero…Se quiere algo, se lo consigue, y ya no es eso…
El analista justamente da lo que no tiene, el analista se define en este sentido por lo que no puede ser: no puede desear lo imposible.
Nos dice Lacan que en la medida en que el analista está advertido de ello, no se detiene jamás en la aspiración a reducir la distancia entre la demanda y el deseo.
Aspirar a la felicidad y prometerle eso a un paciente es ingenuamente patético, dirá Lacan.
FUENTE: LACAN, J. Seminario 7 «La Ética del Psicoanálisis»