La ceguera «psicológica»
Escribo este post causada de alguna manera a partir de ver una serie de TV argentina, “Graduados”, que está teñida de un discurso psi, ya sea por uno de sus personajes: Vicky Lauría, como atravesando todo el guión.
Pero esta vez me dedicaré en particular a la “ceguera psicológica” que le diagnostica esta psiquiatra/psicoanalista (que detesta que la llamen “psicóloga”) a Danna Gotzer.
Partiré, por supuesto, de Freud. Hay un texto suyo de 1910, llamado “La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis”.
Digamos que más allá de la risa que puede provocar este personaje, portando ese síntoma de ceguera, lo que se ve en la clínica freudiana especialmente (de la que sabemos por las publicaciones de los casos de Histeria), se sufre de eso; no es un invento del guionista de la serie televisiva en cuestión.
Es en todo caso, un invento de la histeria. No digo «una mentira de la histérica», una farsa. Digo, me refiero a que es, en todo caso, una invención del sujeto histérico.
Hay que recordar que justamente el psicoanálisis nace de la convocatoria de estas enfermas a que se les de un saber sobre lo que les ocurría. Freud, como les dije en algún momento, les creyó.
Este texto del que les hablaré es una contribución que Freud hiciera para una revista que hacía un homenaje a un oftalmólogo amigo suyo.
Si bien, en una carta a Fliess, Freud dice que es algo que no tiene mucha importancia, es la primera vez que él acuña el concepto de “pulsiones yoicas”, homologándolas a las “pulsiones de autoconservación”, teniendo así un papel primordial en la “operación de represión”.
En este texto Freud recuerda lo que la escuela Francesa de psiquiatría sostenía sobre la causa de las “cegueras histéricas” (perturbación psicógena de la visión). Y decide demostrar el efecto del método psicoanalítico sobre tal afección.
Mediante la hipnosis, método que en su momento ensayó Freud y luego abandonó (por su ineficacia para sus fines) se podía producir esa representación de estar ciega. Aún así, confirma Freud, esto también se podía producir por “autosugestión”; es decir, no hacía falta el hipnotizador. Pero en los dos casos se podía comprobar también que tal representación tiene tal intensidad que es real. Y la asimila a la alucinación histérica y a las parálisis, entre otras afecciones histéricas.
Aquí mismo Freud dice que no se puede entender tales fenómenos sin apelar al concepto de inconsciente.
Freud considera en este texto que ese síntoma tiene que ver con que hay representaciones inconscientes anundadas a esa representación conciente de “no ver”.
Y que el psicoanálisis verifica que esas representaciones que encierran cierto placer (inconscientes) entraron en conflicto con otras más fuertes (las yoicas) y por eso se reprimieron.
Es decir, el síntoma aparece como resultado de un conflicto entre pulsiones.
Con Lacan, podemos decir que el cuerpo de la histeria, el cuerpo histérico, es lo que mejor verifica y denuncia el desajuste entre las palabras (el lenguaje) y el cuerpo. Entre lo que es el cuerpo que le devuelve el espejo, y lo específicamente orgánico.
Esa fragmentación, ese desconocimiento del cuerpo del que tenemos nota por los relatos de pacientes, es notable -aunque también es posible verificarlo en la cotidianeidad de comentarios tales como “no me reconozco”, etc.
Esa “complacencia somática” de la que hablará Freud, Lacan la retoma como un “rechazo del cuerpo”.
En la ceguera histérica, síntoma que nos ocupa hoy, el cuerpo se disputa entre la autoconservación (las pulsiones del yo) y un goce pulsional fragmentado.
Y hay así un órgano que funciona emancipadamente. En este caso, la visión.