La pizarra mágica
En 1924 Sigmud Freud escribe su Nota sobre la «pizarra mágica», o el «block maravilloso» según la traducción de Luis López-Ballesteros.
Este aparato que en 1924 era una novedad, según Stratchey aún se fabricaba en Gran Bretaña en 1961, y aun la conocemos, con otros materiales, hoy en día.
Este artefacto le sirvió a Freud para esclarecer los sistemas Conciente, Preconciente y Percepción-Conciencia.
Freud considera que se podría complementar la función mnémica de los neuróticos recurriendo al registro escrito. Así, ensaya sobre dos procedimientos posibles: que escribir los recuerdos en una hoja de papel para que la huella mnémica resulte duradera, pero es insuficiente ya que en algún momento la hoja se llena y hay que buscar otra, por lo que el intrés por lo escrito, pasado cierto lapso de tiempo, puede extinguirse.
Otro método posible sería el de escribir sobre un pizarrón con una tiza, donde no hay límites de escritura, manteniendo una misma superficie para escribir. Aun así, no se puede obtener huellas duraredas de este modo ya que tengo que borrarlas para escribir unas nuevas.
Nuestro aparato psíquico, dice Freud, al contrario de estos dispositivos no tiene límites en su recepción de percepciones; y además las huellas son duraderas e inalterables.
A partir de la aparición en el mercado de la «pizarra mágica», Freud encontró un dispositivo interesante que se asemeja a nuestro aparato psíquico, ofreciendo a la vez que una superficie receptiva a las percepciones, las huellas duraderas de lo percibido.
Todos conocemos el funcionamiento de esta pizarra: se rasga con un objeto punzante la laminilla de celuloide que cubre un estrato inferior, produciéndose así un escrito. Si se quiere destruir lo escrito, se separa esa laminilla que funciona de protección atiestímulo, y desaparece la escritura.
Así, la laminilla queda lista para volver a ser escrita, pero se comprueba que en la tabla que hay debajo se mantiene la huella duradera de lo que había sido escrito, que puede leerse usando una iluminación para tal fin.
Es por esto que esta pizarra nos ofrece una superficie siempre receptiva y la capacidad de que esas huellas perduren, mediante la acción conjunta de dos sistemas, que a pesar de estar separados, funcionan entre sí.
Es así que Freud sostiene que el aparato anímico tramita la función perceptiva del aparato anímico: un sistema que recibe los estímulos (percepción-conciencia) que no ofrece huellas duraderas, y unos sistemas contiguos que alojan las bases de los recuerdos.
Aún utilizando este dispositivo para dar cuenta del funcionamiento psíquico en cuanto a los recuerdos, Freud dice que esa analogía tiene un final, ya que esta pizarra mágica no es capaz de efectuar la reproducción del escrito «desde adentro», una vez que se ha borrado.
Pero es el inconsciente, sistema que Freud sitúa detrás de la tablita de cera debajo de la laminilla, que hace que Freud lleve más lejos todavía esta comparación, diciendo que así como en esta pizarra lo escrito desaparece una vez que se separa la laminilla de la tablita de cera debajo, el aparato psíquico funciona análogamente respecto de la percepción.
Esto es, que el inconsciente, mediante el sistema percepción-conciencia, extiende hacia el exterior unas antenas que rápidamente retira, una vez que hayan recibido estimulación desde afuera. Así, supone que las interrupciones que en la pizarra mágica suceden desde el exterior, se produzcan por lo discontinuo de esas corrientes rápidas de inervación que provienen del inconsciente. Es así que esa falta de excitación periódica que sucede en el sistema percepción-conciencia, sustituye a la cancelación del contacto efectivo.
Además, dice Freud, si imaginamos que mientras una mano escribe sobre la laminilla de la pizarra, la otra mano va separándola de la tabla de cera, podríamos tener una imagen de cómo Freud intenta representar la función de la percepción que cumple el aparato psíquico.