La Postergación
Las excusas permiten aliviar la culpa cuando no se llevan los proyectos a la acción, cuando se pierde el dominio de uno mismo y faltan las fuerzas y la confianza para persistir en los propósitos.
Aunque los propios objetivos sean lo que más se anhelan, la mayoría suele ceder ante la tentación y los abandona. Es así como todas las buenas intenciones parecen desaparecer por cualquier circunstancia que resulta más cómoda o placentera.
Se postergan así los proyectos para más adelante, con el convencimiento de que en cualquier momento se llevarán a cabo y se hace de esta conducta una forma de vida.
Las justificaciones son muchas: no tengo tiempo, tengo mucho trabajo, estoy deprimido, no tengo dinero, todo me sale mal, voy a fracasar, mejor no innovar; y así se deja pasar el tiempo esperando un momento mejor, que no llega nunca.
Más fácil que renovarse es seguir siendo siempre igual, aunque se esté a disgusto, porque todo cambio implica un riesgo, un desafío y un esfuerzo para vencer la inercia.
Para decidirse a actuar, en lugar de postergar la acción, es necesario comprometerse con un proyecto y cumplirlo, ser fiel a uno mismo, tener una convicción firme y no renunciar a lo que se anhela.
El que posterga tiene la ilusión de que las cosas tal vez se resuelvan solas, mágicamente, sin ninguna intervención personal.
Se puede sentir que no se está preparado para la acción y temer el fracaso, y no ser capaz de enfrentar la opinión de los demás por estar pendiente de lo que piensan.
Postergar es una forma de eludir un problema y creer que es necesario esperar el momento justo que generalmente no llega nunca. Tendría que adelgazar, hacer ejercicio, cambiar de trabajo, casarme, tener un hijo, todos deseos que están en el congelador esperando para realizarse.
La mayoría de las cosas en esta vida no se pueden postergar indefinidamente, porque el tiempo pasa y así también pasan las oportunidades de llevar los proyectos a la acción.
Todos tenemos el hábito más o menos desarrollado de postergar para más adelante lo que tendríamos que hacer ahora.
Lo mejor es darse cuenta de todas las cosas que se están postergando, en el trabajo, en la casa, en la relación de pareja, en la familia, en todas las cosas y poner hoy mismo manos a la obra, haciendo una lista y siendo capaces de comenzar a cambiar de a poco desde ahora.
Una buena manera es empezar imponiéndose pequeñas metas y cumplirlas; y de esta manera se irá incrementando la motivación para el cambio y para adquirir confianza en uno mismo.
Hay parejas que no se deciden a tener hijos porque están convencidas que aún no es el momento, que por supuesto nunca llega.
Desean ser los mejores padres, tener la mejor casa y el mejor de los hijos; el más sano, el más lindo e inteligente, que no le falte nada, que sea feliz y perfecto. Quieren controlar todo y asegurarse así cualquier contratiempo.
Así, van pasando los años, y esa perfección anhelada nunca se alcanza, porque siempre falta algo para que ese escenario ideal para recibir al hijo esté completo.
La obsesión por la perfección hace que los proyectos no se cumplan, porque nada es perfecto y lo único que necesita un niño es amor, cuidado y dedicación.
Se puede empezar a cambiar deshaciéndose de todas estas manías de ser perfectos, aflojando esas estructuras rígidas, tirando todo lo que no usan más, desprendiéndose de lo viejo y animándose a ser capaces de iniciar un camino nuevo; porque cambiar es esencialmente comenzar a pensar de manera diferente.