La postergación constante, ¿a qué se debe?
La postergación es necesaria ya que no todo puede resolverse de modo inmediato. Diariamente debemos postergar ciertos asuntos para poder avanzar.
Para Freud la postergación de la satisfacción es un signo de madurez, de correcta instalación de lo que él denominaba Principio de Realidad, que es aquel que nos permite adaptarnos a las demandas externas e insertarnos en la cultura. Esto significa que frente a ciertos impulsos y necesidades: hambre, agresividad, excitación, entre otros, podemos poner un freno, esperar y poder postergar eso que inicialmente impulsa por satisfacerse de modo automático.
Las personas que no tienen desarrollada esa capacidad de postergación, suelen ser impulsivas, no pudiendo frenar o reprimir las demandas internas que se les presentan. Sería imposible vivir en sociedad si todos satisfacieramos nuestros impulsos de modo instantáneo y automático. La comunidad se crea en cuanto podemos reprimir ciertos impulsos y moderar nuestra conducta.
Sin embargo, una cuestión es la postergación de la satisfacción, y otra es la postergación de actividades y tareas que impliquen cierta responsabilidad en la vida diaria. Esta modalidad de la postergación implica dejar que el tiempo dilate y arrastre la resolución o el emprendimiento de una tarea. Dejar que el tiempo lo lleve y no intervenir es un modo de no arriesgarse, de preservar la seguridad.
La postergación o procrastinación, en este sentido, es un mecanismo evitativo.
Al mismo tiempo, cuando lo que preocupa no se lleva a cabo, aumenta la ansiedad y el malestar. Son dos movimientos simultáneos, el «no hacer» que puede responder a un sinfín de factores, y, a la vez, la preocupación o la culpa por ese no hacer, que aumentan cuanto más pasa el tiempo.
En muchos casos la postergación es una manera de evitar el displacer. En personas que buscan perpetuar el disfrute, o los estados que mantienen bajos los niveles de ansiedad, el no-hacer es un modo de «garantizar» esa supuesta tranquilidad. Se dificulta en estos casos el contacto con aquello que puede presentar un desafío, una complicación, alterando ese nivel que se pretendía preservar.
Muchas veces la postergación, en su contracara, es una forma de autoboicot. Cuando la persona posterga hacer algo que es fundamental para su bienestar o para su crecimiento, podemos pensar que en esa «falta de ganas», como suele nombrarse, se presenta temor y conflictos entorno al merecimiento que hacen que eso que realmente le ayudaría no se pueda concretar.
Por lo general, cuando lo que postergamos son tareas, responsabilidades, deberes, que se vinculan a nuestro rol en la vida adulta, es porque necesitamos quizás en ese momento, espacio de distensión, y nos cuesta enfrentar las demandas que se nos imponen.
El problema se presenta cuando la postergación es frecuente o reiterada, y a la persona le cuesta enfrentar o tomar las riendas de ciertas tareas que son importantes para su desarrollo. En muchos de estos casos esta postergación, o procrastinación puede estar asociada a rasgos de inmadurez, a escasos límites o estructuración en la crianza, que precisamente dificultan el acceso a las responsabilidades de la vida adulta.
En otros casos, la postergación se debe a un exceso de estructura, donde la acción se percibe como algo que rompe y desestabiliza.
Como vemos, al igual que en todos los asuntos humanos, no hay una respuesta única. Frente a la postergación crónica o reiterada, tenemos que preguntarnos, ¿Qué es lo que se posterga? y ¿Qué implicaría para la persona llevar a cabo esa acción? Solamente indagando de manera particular en estos interrogantes, se puede trabajar sobre su trasfondo, dejando a la luz temores y ansiedades, que son necesarias de ser visibilizadas para poder producir movimientos.