Los Límites de la Acción Social
Vivimos en una sociedad salvaje, una jungla de asfalto donde el “ todo vale” parece ser la consigna para sobrevivir.
Desde la agresividad callejera que se abalanza sobre nosotros para ofrecernos imperativamente volantes que ya hemos leído infinidad de veces y que inundan la calle de papeles, hasta los vendedores ambulantes o los pedigüeños, que ya forman parte del paisaje.
Los piqueteros, otro triunfo individualista en contra de la conciencia comunitaria que inspirados por instigadores con ambiciones políticas les hacen el caldo gordo, aportan su cuota de discordia sintiéndose dueños de las calles y actuando con prepotencia; siendo expresión cabal de la forma particular que tenemos los argentinos de relacionarnos con nuestros semejantes.
El otro no es otro como uno mismo, sino un enemigo que hay que exterminar para que nos deje su lugar a fuerza de hacerle la vida imposible.
La ciudad se ha convertido en un caos que hay que tratar de evitar para no terminar arrollado por la vorágine sectorial que lucha para defender sus propios intereses sin importarle un comino del resto de la gente.
El rumor, el chisme, la liviandad, el sentido del sin sentido, la irracionalidad, el doble mensaje, la avivada, la prepotencia, la irreverencia y el desafío permanente de los que creen que los demás tienen la culpa de lo que les pasa, invaden nuestra privacidad, nos presionan, nos abruman, nos quitan la libertad y nos persiguen.
La televisión, que es la escuela donde todos estamos matriculados como alumnos regulares, se encarga de ponernos en onda negativa, de estar al día con respecto a lo trágico que ha ocurrido, de que nos enteremos de lo último más escabroso, y de que conozcamos el tema aberrante cotidiano desde todos los puntos de vista posible, hasta el cansancio y hasta que quede absolutamente agotado y reducido a nada.
La propaganda por televisión, que abruptamente interrumpe cualquier cosa, acostumbrándonos a perder la concentración; a veces representa un manto de piedad frente a la crítica despiadada de los que se han atrevido a cometer errores en cualquier ámbito relevante y hasta puede evitar que la gente cambie de canal cuando se agota su nivel de tolerancia.
Pero los avisos, actividad creativa con que antes nos destacábamos en el mundo, se han vuelto igualmente imposibles de tolerar, reiterándose esta modalidad caótica y estridente en la publicidad de distintos productos, seguramente ideados por quienes pretenden ser originales y lamentablemente no lo logran.
Esta situación nos obliga a levantar muros a nuestro alrededor para protegernos de la discordia, el descontento y la negatividad, no siempre con éxito, ya que es imposible vivir aislado en medio de millones de personas que todos los días tratan de hacer lo posible para molestarse entre si.
¿Se pueden poner límites para no convertirse en otro zombi igual y sobrevivir al impacto del alud de estímulos adversos cotidianos?
Creo que como primera medida lo más importante es aprender a ser capaces de enfrentar y resolver nuestros propios problemas y dejar de transferir, proyectar y endosar a otros lo que nos corresponde como personas responsables.
Los argentinos se caracterizan paradójicamente por su solidaridad, aunque por otro lado se estén matando; tal como hace la madre castradora que como una araña te abraza pero también te destruye.
Nos hemos convertido en una sociedad que utiliza la extorsión para conseguir sus propósitos y que no duda en comprometer la vida de todos los demás para lograrlo.
No hay límites para obtener los beneficios que cada grupo considera justos, aunque violen la ley y se tengan que convertir en simples delincuentes.
Un individuo que no tiene ningún respeto por su semejante tampoco puede esperar recibirlo y se arriesga a provocar disturbios y enfrentamientos, además de enseñar a sus hijos con su conducta, a hacer lo mismo.
La violencia genera violencia, odio, agresividad y venganza, y es inútil ponerse a llorar y rasgarse las vestiduras buscando culpables cuando se producen las consecuencias.
Esta conducta imprudente de los que creen poder utilizar cualquier recurso para reclamar justicia, no se justifica, porque recurre a un delito como la extorsión para conseguir favores y esto se convierte en un boomerang, porque también ellos se pueden convertir en víctimas.
No podemos hacer a otros los que no nos gusta que nos hagan a nosotros, nos dice la voz de la razón, porque si lo hacemos nos puede pasar lo mismo y no tendremos autoridad para quejarnos.
Todos los días estamos generando motivos para pensar que para un argentino no hay nada peor que otro argentino.