Violencia escolar
En las grandes ciudades la violencia está en todas partes. La impunidad que otorga el anonimato hace que la gente se atreva a dar rienda suelta a sus impulsos y cometa atrocidades, actos de vandalismo, agresiones, atente contra la propiedad privada y contra las figuras de autoridad, inclusive en las escuelas.
Los colegios secundarios atraviesan una etapa de crisis, los alumnos no respetan a los preceptores, ni a los profesores ni a los directivos, no aceptan las normas, no estudian ni dejan estudiar a los demás, molestan en clase, se burlan de los compañeros y lo que es peor, algunos padres, lejos de apoyar a las autoridades del colegio cuando intentan corregir la mala conducta de sus hijos, se solidarizan con ellos y son capaces de ayudarlos a hacer justicia por su propia mano castigando a la autoridad más alta de la institución.
De esa forma perversa, sus hijos aprenden que no hay que respetar a la autoridad, que vengarse es lo correcto, que sus conductas inadaptadas son adecuadas, que hay que resolver los problemas a golpes y que tienen razón cuando se comportan en forma inapropiada y no estudian, cuando se dedican a molestar a otros y cuando cometen actos de vandalismo.
Ser profesor de un colegio secundario en la Capital Federal o en el Gran Buenos Aires, es hoy en día un trabajo inseguro y de verdadero riesgo, porque los adolescentes no tienen límites en sus casas ni tampoco los tienen en la escuela.
Los colegios secundarios, no sólo sufren la violencia de alumnos y padres sino que también, a pesar del facilismo imperante, registran día a día un aumento de la deserción escolar.
En estos momentos, gran parte de una generación está criando monstruos, niños que no reciben formación ni educación ni valores, que tampoco tendrán la posibilidad de una instrucción como para defenderse en la vida y a los que sólo les queda un camino en esta sociedad, que es la delincuencia.
El suceso acontecido en Pergamino protagonizado por un alumno y su madre no creo que tenga precedentes.
Esa madre que estuvo de acuerdo con su hijo en darle una paliza al director de la escuela, atacarlo con un cuchillo hasta derribarlo para luego seguir pateándolo sin ningún miramiento hasta ocasionarle múltiples heridas y la humillación de ser atacado cobardemente por los dos sin ningún reparo, es alguien que no tenía ninguna intención de solucionar un problema, sino que estaba ávida de venganza y que no puede controlar sus impulsos.
Estas personas se comportan en forma infantil, no pueden asumir el rol de un adulto y menos de un progenitor y se involucran en los graves problemas de sus hijos como si fueran sus pares, afirmando de esta forma su ausencia de liderazgo y su incapacidad para ser padres.
En estos casos, son los hijos los que mandan y son los padres los que los obedecen.
Las consecuencias de esta violencia es que estamos creando un futuro lleno de inadaptados, de gente sin ninguna posibilidad de inserción social, ni oportunidades para conseguir un trabajo digno como para atender su subsistencia.
La disolución de la familia es el primer eslabón de la larga cadena de carencias sociales que tienen que padecer estos niños desde que nacen.
El padre ausente en estas situaciones es la regla, personas que no estuvieron dispuestos a hacerse cargo de su responsabilidad mostrando absoluta indiferencia a su existencia y a su supervivencia.
La calle se convierte en el hábitat obligado de estos chicos que quedan solos en sus casas mientras sus madres trabajan.
Este es el drama cotidiano que fomenta la delincuencia, el consumo de drogas, el abuso sexual, el secuestro y la desaparición de los niños.
Padres y autoridades tienen que solidarizarse mutuamente y hacer un frente común para corregir a estos jóvenes, incentivando su motivación para asistir a la escuela por medio del deporte, la competencia sana que necesitan para descargar toda su energía y aprender a trabajar en equipo para lograr objetivos juntos.
El deporte es la mejor opción, para volver a conectar a estos niños en forma adecuada y civilizada con los otros.