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Vínculos patológicos

Publicado por Malena

A veces es difícil alejarse de personas negativas, simplemente porque forman parte de nuestra familia y las tenemos forzosamente que frecuentar.

Sin embargo, el secreto para liberarse de esta pesada carga no es tratar de evitarla, sino aprender a no involucrarse emocionalmente en las discusiones, tratar de mantenerse frío, distante, indiferente, mostrándose reservado pero atento, teniendo en cuenta que a la mayoría le gusta hablar más de sí mismo que escuchar lo bien que le va al otro, aunque sea su propio hijo, su marido, su madre o hermano.

La envidia no respeta relaciones de parentesco, al contrario, la gente más peligrosa puede vivir en la misma casa y ser de la misma familia.

Esta afirmación se basa en estadísticas policiales; los asesinos siempre son personas que la víctima conocía, un pariente, un amigo cercano, un socio, pero muy pocas veces, casi nunca, un desconocido.

Los vínculos patológicos llenan los consultorios de los psicólogos, crean culpa, resentimientos, odios y son fuente de infelicidad, de frustración y de dolor.

No sólo nos envidian o celan los parientes más cercanos sino que pueden convertirse en nuestros encarnizados enemigos.

La rivalidad entre hermanos está en la Biblia representada por Caín y Abel, en el principio de la humanidad; y la relación patológica entre padres e hijos fue tema de una tragedia griega que inspiró a Freud su teoría del complejo de Edipo.

Ni hablar de los conflictos de intereses, herencias, propiedades, bienes que pueden llegar a convertirse en verdaderos dramas y terminar en un derramamiento de sangre.

Destacarse demasiado en una familia es algo que muchos parientes no perdonan, principalmente cuando son mediocres.

Los mediocres se consuelan de sus fracasos con la teoría de que en este mundo sólo tienen éxito los acomodados; y ese razonamiento les sirve para justificar su mediocridad y para no esforzarse.

El hecho de que alguien cercano sea exitoso y le vaya bien pone evidencia la propia inoperancia y desvirtúa la filosofía nihilista de que nada vale la pena.

Lo que nunca puede funcionar es intentar un acercamiento y mostrarse condescendiente con esas personas, porque solamente se recibirán desplantes y desprecio, y se estará reforzando la idea de que se es superior.

Poner la otra mejilla o estar siempre a la defensiva también es difícil en estos casos porque no da ningún resultado.

Lo mejor, es poner cara de pocker, que es la que no revela ninguna emoción, como si no estuviera ocurriendo nada.

La indiferencia le quita al adversario el placer de continuar la embestida y lo desalienta, porque lo que está buscando con el enfrentamiento es una reacción, ver sufrir al otro por algo ya que no puede evitar que en su vida sea feliz.

No es fácil tampoco permanecer indiferente frente a los insultos y la maldad, pero siempre va a ser peor involucrarse.

Solamente el dominio de uno mismo puede hacer que un intento de agresión se extinga en sí mismo al no encontrar ningún eco.

Una respuesta neutra, no hostil, como algún monosílabo, o una palabra inocua que no exprese nada, puede calmar la violencia del atacante.

Las personas proyectan en quienes tienen más cerca sus propios defectos y limitaciones, pero son incapaces de verse a sí mismos. Tienen mucha fortaleza para agredir y ofender y creen tener poder, pero no es la fuerza la que gana sino la inteligencia.

No abandonen sus sueños por más palos en la rueda que traten de impedirles avanzar, porque no son los otros los que nos hacen fracasar sino somos nosotros, porque el peor enemigo siempre es uno mismo.