Amores que matan
Una relación de pareja que terminó debido a la violencia, si se intenta recomponer continuará siendo violenta, cuando se trata de un hombre golpeador y de una mujer habitualmente golpeada no sólo por él, sino también por parejas que lo precedieron.
Inés tiene 35 años, dos hijas grandes y una nieta. Se separó hace muchos años del padre de sus hijas porque era un hombre violento que la golpeaba en forma sistemática, cuando discutían.
Una vez sola, comenzó a trabajar en el ramo de la confección industrial y el diseño, compró varias máquinas y llegó a tener siete empleadas trabajando para ella.
Un día, volvió a encontrarse con su primera pareja, el hombre golpeador, que solía resolver las cuestiones familiares a golpes.
Él se había quedado viudo, con cinco hijos pequeños e intentó reconquistar a Inés.
Contradiciendo todas las leyes de la lógica, ya que el amor no entiende razones, Inés lo aceptó a pesar de todo, borrando su pasión por él toda experiencia ingrata del pasado.
El hombre golpeador ha aprendido de niño a ser violento, porque ha vivido en un ambiente de violencia.
La conducta violenta se aprende y es una reacción difícil de controlar y de evitar; porque estas personas, ante una amenaza de peligro, inseguridad o disgusto, reaccionan no sólo psicológicamente sino también movidos por la activación de los circuitos cerebrales relacionados con la agresividad, que hoy se sabe, suelen activarse automáticamente en situaciones de estrés.
Así como ocurre con el hábito de consumir drogas, alcohol o tabaco, que modifica la estructura cerebral creando dependencia orgánica; el hábito de responder con violencia también crea circuitos cerebrales que se activan ante cualquier situación de desequilibrio emocional desencadenando la necesidad de agredir y hasta matar.
En el caso de Inés, luego de unos meses de romance, la pareja decidió emprender la aventura de radicarse en Brasil, con sus respectivos hijos y nietos.
La mujer cerró su casa, abandonó sus dos perros y se despidió de su familia para irse del país, comenzar una nueva vida afectiva y desarrollar un nuevo emprendimiento textil con su pareja, que también se dedica a la confección industrial y al diseño.
Puedo adivinar el futuro, ya que solamente algunas contadas personas violentas pueden cambiar y hasta pueden ser diferentes con otras parejas, pero con la pareja que recibió su maltrato alguna vez, las probabilidades de cambio disminuyen drásticamente, porque lo que además está enfermo es el vínculo.
Por otro lado, vivir en un país diferente, donde se habla otro idioma y tener muchos niños para atender que además no son propios; puede hacer trizas el más grande amor y terminar del todo con él cuando el hombre comience nuevamente a actuar en forma violenta.
Las discusiones y los golpes no tardarán en aparecer y los hijos tendrán que vivir experiencias difíciles y aprenderán a ser violentos también.
La felicidad a costa de la desdicha de otros es igual a querer sembrar sobre terreno minado. Niños infelices, perros abandonados como objetos que ya no se necesitan, y el fantasma de la violencia que se cierne en el horizonte, pone de manifiesto la inmadurez que demuestran ambos integrantes de la pareja que parecen no haber aprendido de su propia experiencia, decidiendo voluntariamente correr el riesgo de volver a equivocarse, dejando tras de sí un tendal de víctimas.