Divorcio con Hijos
El divorcio es un proceso familiar que los hijos nunca pueden aceptar.
El divorcio y la disolución de una familia produce mucho sufrimiento y estrés.
Cualquiera sea la causa de un divorcio, casi siempre se trata de uno de los integrantes de la pareja que busca una salida a una situación muchas veces insostenible que la hace sufrir y que no le permite disfrutar de la vida.
El otro puede ser indiferente, o puede no estar de acuerdo con la separación, creándose así las bases de un conflicto que muchas veces dura mucho tiempo.
El factor económico es la barrera más difícil de sortear para divorciarse; porque una familia que vive con un presupuesto en una misma casa, luego del divorcio requerirá dos viviendas y un ingreso razonable para seguir viviendo, con o sin los hijos.
Se puede afirmar que cuando no existen problemas económicos que enfrentar, la posibilidad de divorciarse aumenta, porque para muy pocos la convivencia resulta ser un jardín de rosas.
Convivir en pareja y tener hijos requiere estar dispuesto a tener el propio hogar para brindar amor y hacer feliz al grupo familiar, logrando de esa manera la propia felicidad.
Para tener una familia es necesario haber logrado cierto grado de madurez, tener dominio de si mismo, control de impulsos, estabilidad emocional y la posibilidad de tener vida una propia, al margen de la pareja y aceptar que el otro también la tenga.
Una pareja necesita oxígeno para desarrollarse y crecer. No se puede compartir todo en la vida, aunque las personalidades sean compatibles.
Cada integrante de la pareja necesita encontrar un canal de expresión y desarrollar su potencial en alguna actividad más allá del hogar aunque no trabaje; tener sus propias amistades, que no necesariamente se tienen que compartir en pareja y sus propias salidas y compromisos.
Si la pareja no tiene libertad para Ser, se extingue. No se trata de libertinaje para caer en la infidelidad sino de tener un espacio propio.
La libertad comienza con la confianza; no se puede mantener ninguna relación si no se basa en la confianza; porque resulta inútil pretender corregir a los adictos a la infidelidad después del matrimonio o de la convivencia como pareja.
Es imposible mantener vínculos estables con personas inestables y hay que ser lo suficientemente fuerte para no dejar progresar relaciones en que algunos de los dos presente esas características.
Las personas no cambian demasiado, apenas un poco con el correr de los años, más de apariencia que de esencia; y la etapa del noviazgo debería ser la prueba que se necesita para evaluar la posibilidad de una relación duradera.
Una vez hecho el compromiso suele ocurrir que todo aquello que agradaba de esa persona que se creía amar, ahora los separa.
Los hijos sufren cuando los padres pelean, pero si los padres se separan su sufrimiento puede ser mucho mayor.
Ellos aman a sus padres como son, incluso a aquellos que son abusadores, alcohólicos, que no trabajan, o que los golpean y maltratan.
Es difícil que un niño denuncie a sus padres aún en los casos de castigos feroces o abusos.
El divorcio tiene que ser una decisión que por lo menos garantice una vida más feliz y la felicidad no depende de otras personas o de otras cosas, sino de uno mismo.
Además, las historias se repiten, porque cada uno tiene un modo de relacionarse con los otros que lo puede hacer desdichado, independientemente de la persona que tiene al lado.
Una persona con tendencia depresiva establece vínculos simbióticos, es decir que el otro es una prolongación de ella misma. Por lo tanto, cada actitud de independencia será interpretada como falta de afecto y pérdida del amor.
Se puede amar y ser libre. El amor no debería ser una soga al cuello y el fin del desarrollo personal, porque de esa manera se convertirá en odio al poco tiempo.
Antes de un divorcio es conveniente agotar todas las instancias posibles para lograr una reconciliación porque para los hijos constituye una condición.
Una terapia familiar es lo aconsejable porque lo más importante es tratar de lograr un cambio en el vínculo.