El Arte de Aprender
Se ha investigado y se sigue investigando sobre el aprendizaje desde distintas perspectivas basadas en experimentos científicos; pero es la neurociencia la disciplina que nos puede decir cómo funciona nuestro cerebro cuando aprendemos.
Según Noam Chomsky, el cerebro tiene una cierta estructura que le permite aprender en forma natural, por ejemplo, el lenguaje. En cambio el aprendizaje de las matemáticas exige un mayor esfuerzo y a muchos niños les resulta difícil.
Además, en el marco de la neurociencia, se ha estudiado la importancia del factor emocional en el aprendizaje. Se ha demostrado que las emociones juegan un papel crucial en la retención y recuperación de la información. Un aprendizaje asociado a una emoción positiva tiende a ser más duradero y fácil de recordar. Por ello, es fundamental que el proceso educativo se desarrolle en un ambiente emocionalmente positivo y estimulante.
Según Stan Dehaene, existe también un sentido numérico, o sea una forma de matemática instintiva elemental, que permite reconocer nociones de medidas aproximadas, como lo mucho, lo poco o lo bastante, o sea una matemática en el espacio con un abordaje más geométrico.
Esta predisposición permite pasar de esa matemática intuitiva a la formal, como lo son las operaciones de multiplicaciones, divisiones, sumas y restas.
Mariano Sigman, director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, junto con sus colegas, investigan esa transición.
La idea de que el ser humano es una página en blanco al nacer, parece desvanecerse para dejar lugar a la convicción de que se nace con un cerebro que crea conceptos.
Ghislaine Dehaene-Lambertz, investigadora de la Unidad de Neuroimágenes Cognitivas del Inserm, en París, resalta la perseverancia para hablar y caminar.
Mariano Sigman nos dice que el aprendizaje metralleta es eficaz solamente durante un corto período, luego se extingue. Parece ser que para fijar un conocimiento es más eficaz dejar un tiempo de descanso entre las repeticiones.
Además, se ha descubierto que el cerebro humano tiene una capacidad sorprendente para el aprendizaje social, es decir, aprender de los demás. Este tipo de aprendizaje es especialmente relevante en la infancia y la adolescencia, cuando los niños y jóvenes están formando su identidad y aprendiendo a navegar en el mundo social.
Los chicos aprenden más que los adultos, pero aunque es cierto que el cerebro de un adulto se vuelve menos plástico, nunca deja de serlo. Un adulto es más renuente a cambiar pero esto no quiere decir que pueda aprender menos.
Un niño tiene una mayor motivación para aprender y puede concentrar todos sus esfuerzos en esa actividad sin menos distracciones.
El sueño es muy importante para aprender; los experimentos más modernos muestran que para resolver problemas complejos el sueño favorece el pensamiento creativo; coincidiendo con las muchas experiencias reveladoras que muchos tienen durante el sueño.
Actualmente se considera, lo que ya intuyó Freud en su época, que el sueño es un proceso activo, cuyos distintos ciclos tienen propiedades fisiológicas, farmacológicas y fenomenológicas muy diferentes.
El resultado de todo este proceso es que uno se despierta habiendo descubierto durante el sueño cuestiones que eran desconocidas antes de dormirse.
La falta de sueño es un obstáculo para el aprendizaje y además, no todos tienen el mismo ritmo de sueño y vigilia, característica que habría que respetar en lugar de juzgar.
No recordamos todo lo que aprendemos y eso no quiere decir que hemos fracasado en nuestro proceso educativo, porque siempre queda una estructura de aprendizaje que cuando se necesita hace que no sea lo mismo que partir de la nada sino que se puede partir de algo ya construido.
Todavía no se sabe con exactitud cuándo está preparado un niño para aprender a leer y escribir. Existen varias investigaciones que colocan a esta etapa recién cuando terminan segundo grado, por esa razón se considera el primero y segundo grado como una unidad pedagógica.
La neurociencia tiene una idea que se ajusta adecuadamente a la educación, que es saber lo que se sabe, o sea tener conciencia de lo que se conoce, porque esto permite manipular el conocimiento, trasladarlo, generalizarlo, flexibilizarlo y utilizarlo en otros contextos.
Un niño sabe lo que sabe cuando puede enseñar lo que ha aprendido.
Fuente: “LNR”; “El arte de aprender”; Emilse Pizarro.