Adoro el verano, odio el calor
Llega el verano, la fruta apetecible, las noches interminables a la luz de la luna y de las velas. Las terrazas, los patios y los balcones se llenan de bullicio. Por fin nos deshacemos de la ropa pesada y de los colores oscuros. Nos sentimos más activos, hacemos más vida social, se liga más pero también es la época del año en la que más divorcios se producen. Qué ironía…
Asociamos el verano a palabras como felicidad, descanso o diversión, sin embargo esta energía positiva se mantiene siempre que el calor y su sensación sean moderadas. Una vida armónica se caracteriza por la moderación en todos sus ámbitos.
Una vez que los termómetros alcanzan niveles cercanos o superiores a los cuarenta grados, las luces se vuelven sombras tanto en la mente como en niveles de vitalidad. Nuestra simpatía y nuestra sociabilidad se transforman en irritabilidad y nos convierte en seres impulsivos generando actitudes agresivas y conductas antisociales normalmente sin fundamento alguno. Son temibles estas reacciones cuando hay altas concentraciones de gente como conciertos, eventos deportivos, etc.
No es el verano extremo el periodo adecuado para iniciar tareas que requieran una cierta concentración o reflexión. La creatividad tampoco brilla por su ocurrencia y se generan sensaciones de apatía, inapetencia o astenia. El rendimiento en el trabajo suele descender, así que multiplica tus esfuerzos si piensas que tu puesto de trabajo está en juego. Es por todo esto que las rupturas sentimentales y las diferencias entre amigos se multiplican en temporada estival. Los enfados y los disgustos se manifiestan como por arte de magia.
Biológicamente, el insomnio nocturno consecuencia de las altas temperaturas pone en jaque la homeostasis natural del cuerpo produciendo, al cabo de unos días, un caos fisiológico y de horarios de actividad y descanso. La presión arterial disminuye provocando un estado de cansancio incompatible con actividad alguna, menos aún deportiva que nos vuelva a llenar el depósito de energía. Por tanto, si no podemos remedio, el ciclo no cesa de repetirse con el peligro que conlleva su permanencia en el tiempo.
Cuando una persona ya arrastra un cuadro de ansiedad o depresivo, la sensibilidad al calor todavía es mayor. Por lo tanto, no se tomen las recomendaciones en vano ya que evitarán más de un disgusto. A las indicaciones específicas como beber mucho líquido para mantener los niveles adecuados de hidratación, no exponerse al sol en horas punta o buscar elementos que refresquen el ambientes en los momentos más calurosos, les sumamos las que requieren más esfuerzo psicológico y mental como procurar tomarse las cosas con la máxima calma posible, buscar un estado de confort a partir del cual poder afrontar las dificultades que surjan con serenidad y con la capacidad de razonar intacta, a poder ser.
No olvides que la información es poder. Cuanto más sepamos sobre cómo nos afectan los factores ambientales, mayor y mejor control podremos ejercer sobre sus efectos minimizando aquellos que más nos perjudiquen. Resultará beneficioso evitar cambios bruscos de situación siempre que sea posible, intentando pasar por los estados intermedios para que el cuerpo y la mente tengan tiempo de adaptarse a los nuevos requisitos térmicos.