El Amor y la Rutina
Si no vencemos nuestra propia rutina creemos que también el amor se termina
La rutina diaria y el estancamiento personal desgastan también las relaciones amorosas, que se comienzan a percibir como previsibles y mecánicas, perdiendo todo el encanto y la magia.
Un trabajo poco atractivo o frustrante, o la falta de crecimiento personal se proyectan en la relación, que los convierte en dos seres aislados que se encuentran a veces, sin demasiado interés, como para cumplir con una obligación.
La pareja tiene que significar un compromiso, reforzado por un sentimiento mutuo; pero si una persona pretende centrar su vida unicamente en esa relación estará condenada al fracaso.
Todo ser humano tiene que desarrollar su potencial y crecer, porque como todo en la naturaleza, tiene que realizarse y evolucionar. Ese desarrollo y maduración colmará su vida de plenitud y podrá transmitir ese estado de satisfacción a su alrededor haciendo felices a todos los que lo rodean.
La felicidad es un estado mental y no depende de estar con una u otra persona sino que depende de uno mismo y de la capacidad para lograrlo.
La frustración se proyecta en el otro y tiende a deteriorar a una pareja por motivos personales que a veces no tienen nada que ver con la relación.
Un cuento para pensar
La Huida
Cuando terminó ese verano y el frío comenzó a colarse por las grietas de la pequeña cabaña, me di cuenta que tenía que preparar mi bolso y volver
Pasé tres meses en soledad como nunca antes, huyendo de una relación que me estaba matando. No me di cuenta hasta que un día me pareció que no podía respirar más y entonces me asusté.
Sin embargo lo extrañé, porque inexplicablemente sólo podía recordar los buenos momentos.
No tenía memoria de cuál había sido nuestra última pelea, aunque esto no tenía importancia porque sabía que en todos estos años de convivencia siempre nos peleábamos por las mismas cosas.
Es verdad que nadie cambia demasiado, él seguía siendo siempre el mismo y yo también desde que nos conocimos, cuando apenas éramos unos chiquilines.
Pero estaba cansada de hablarle de mis cosas y que no me escuchara. De verlo guardar cuidadosamente los corchos de las botellas, los palitos de los helados, los clavos sin cabeza, las lamparitas quemadas. Solo acordarme de sus manías me enfurece.
Aunque el departamento es bastante grande ya no nos alcanza, porque tenemos que compartirlo con todas las cosas atesoradas por él que son muchas y hasta con las antigüedades de su madre.
La rutina es la que a veces no soporto, ir a comer siempre al mismo restaurant, caminar por las mismas calles. Para mi es como ir al funeral siempre del mismo muerto, pero para él es como si fuera un ritual que le asegura la vida eterna.
Tal vez debería inscribirme en ese curso que quiero hacer hace tanto tiempo; ya no soporto mi trabajo y no se por qué sigo postergando mi decisión.
Por suerte tenemos esta cabaña que es nuestro refugio, lejos de las obligaciones y los bancos.
Le pedí que se quedara en el departamento este verano, que quería estar sola para pensar, sin tener su mirada fija en mi cuello adivinando mis pensamientos; porque cuando uno vive con alguien tanto tiempo ya no se necesita hablar porque se puede entender cada mirada y cada gesto.
Pero en mis pensamientos sigue estando siempre él, con su sinceridad, su honestidad, su generosidad, su calidez en la intimidad, además de seguir siendo el único en el que puedo confiar ciegamente.
Ya se que cuando llegue no me dirá ni una sola palabra, ni un solo reproche saldrá de su boca hermética, porque esa es la actitud que tuvo siempre que me fui sola a algún lado.
Estará trabajando como siempre o abstraído en su computadora jugando al solitario.
Sin embargo, no puedo odiarlo, porque es como mi brazo derecho y también el izquierdo, no podría vivir sin ellos.