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El lugar que nos rodea y sus aspectos psicológicos.

Publicado por Lic. Maria V.

El lugar en que vivimos tiene impacto y es a la vez reflejo de nuestro mundo interno.

A nivel macro: país, ciudad, zona, tiene una incidencia en nuestro modo de vida y por, ende en nuestras decisiones, pensamiento y creencias. A nivel más particular: vivienda, espacios en los que convivimos cotidianamente y contexto cercano también y del mismo modo, proyectamos en estos lugares mucho de los que nos sucede internamente.

Desde el punto de vista psicológico no es lo mismo vivir en el campo, con un vecino a a algunos kilómetros de distancia y con un ritmo pausado, a vivir en plena ciudad, moviéndonos a hora pico y rodeados de gente apurada constantemente.

El lugar en que vivimos es parte de nuestro desarrollo personal porque a lo largo del tiempo, nuestro recursos, en la mayoría de los casos, se van desplegando en función de ese contexto.  Adaptándose a él, o, por el contrario, generando resistencia.

¿Por qué es importante reflexionar sobre estos aspectos?

Porque visibilizarlo nos permite reflexionar qué de eso nos pertenece y qué no, y nos permite elegir con mayor libertad qué vida nos gustaría realmente tener. A veces, inmersos en este contexto, olvidamos que existen otras posibilidades, y nos convencemos de que es lo único posible. Movernos a otros lugares, viajar, o simplemente conocer modos de vida distintos nos ayudan a salir de esa matriz que muchas veces es demasiado rígida, permitiéndonos reconocer otras alternativas.

El lugar en el que vivimos puede reflejar cómo somos.

En este sentido, lo que planteamos es doble. El lugar en el que vivimos produce efectos en nuestro modo de vida, pero a la vez, siempre que haya elección posible, elegimos donde vivimos en función de cuestiones intrínsecas a nosotros mismos. Es un movimiento simultáneo de retroalimentación.

El espacio que nos rodea, nuestra casa, nuestro hogar, muestra características presentes en nuestro mundo interno. Si nuestro espacio está hiper-ordenado, y no permitimos que nada se corra de lugar, podemos pensar que en nuestra mente también hay estructuras similares, rígidas y con dificultad para tolerar los cambios.

Por el contrario, y usando ejemplos extremos, si nuestro entorno es un caos, con acumulación de cosas y nula sistematización, podemos también transpolar eso al mundo interno de la persona: demasiados pensamientos, demasiada información, dificultad para elegir u ordenarlo.

Además de ser reflejo de nuestro mundo interno, nuestro espacio habilita u obtura distintas posibilidades. Cuanto menos flexibilidad, más rigidez y menos posibilidad de cambio. A veces el espacio, como proyección propia, pone trabas a lo que queremos hacer. El desorden nos impide encontrar lo necesario para resolver o seguir adelante. De la misma manera, el orden extremo imposibilita que rompamos estructuras para generar cambios.

La velocidad y el anonimato de una gran ciudad influye en nuestros vínculos o la carencia de ellos en la cotidianeidad. Puede permitir el desarrollo laboral o inhibirlo totalmente. La soledad y la calma del campo pueden posibilitar un ritmo de vida en mayor consonancia con la naturaleza, o, por el contrario producir ansiedad y aburrimiento. El lugar que nos rodea dice mucho de nosotros, y se establece una retroalimentación constante que configura en gran medida nuestra realidad cotidiana.

Ampliar el círculo de lo que conocemos, lugares, culturas o modos de vida, y trabajar aspectos propios habilitan una mayor conciencia y mayores posibilidades de elegir y de transformar nuestro lugar o entorno en un medio que nos represente y que nos permita desarrollarnos.