La Concentración y la Conciencia
Respecto a la conciencia, el espacio no existe. La conciencia cambia de estado pero no de sitio. Su horizonte se ensancha con su receptividad, o sea con su poder de reproducir vibraciones.
Todos los que practican la concentración con éxito descubren la no existencia del espacio para la conciencia.
Un verdadero adepto puede adquirir conocimiento de cualquier objeto concentrándose en él, sin que la distancia afecte en nada su concentración. Por ejemplo, puede adquirir conciencia de un objeto que se encuentra en otro planeta , no con los sentidos sino porque en la interioridad existe el Universo entero como un punto.
En los libros sagrados orientales está escrito que dentro del corazón hay una pequeña cámara y que dentro de ella está “el eter interno”, el cual es coextensivo con el espacio, este es el Yo inmortal inaccesible a todo dolor.
El “eter interno” es un término místico antiguo que describe la naturaleza sutil del yo, de manera que aquel que sea consciente en el Yo, es consciente de todos los puntos del Universo.
La ciencia nos dice que un movimiento de un cuerpo aquí, afecta la estrella más distante, porque todos los cuerpos están en un medio continuo que transmite vibraciones sin fricción alguna y por lo tanto, sin pérdida de energía, por lo tanto a cualquier distancia.
Es natural que la conciencia sea del mismo modo penetrante y continua.
La concentración es el medio por el cual se puede escapar de la esclavitud de la naturaleza de las formas y entrar en la paz.
La paz tiene su ámbito en la quietud de las formas. Pero el problema de los que intentan iniciarse en la concentración es que el primer resultado es una mayor inquietud de la mente, pero este aumento de inquietud es ilusorio.
La mente ha de ser doblegada por medio de la práctica constante, y por la indiferencia.
La práctica de reemplazar los malos pensamientos por otros buenos templará a la mente de tal modo que después de cierto tiempo obrará automáticamente rechazando por si misma lo malo.
Si la persona que desea practicar la concentración posee devoción por algo en particular esto facilitará su trabajo, porque puede utilizarlo como objeto de contemplación, creando con la imaginación tan claro como le sea posible una imagen de ese objeto amoroso. Por ejemplo: un cristiano pensaría en Cristo o la Virgen María.
La persona no devota deberá pensar en una idea profunda sobre algún problema difícil que le interese resolver.
También se puede elegir una virtud y concentrarse en ella. La ventaja de esta concentración es que la mente adopta dicha virtud como parte de su carácter, porque el hombre es la creación del pensamiento, lo que piensa en su vida, en eso mismo se convertirá.
Cuando la mente se aparta del objeto de concentración deberá ser atraída y fijada de nuevo en el objeto. Sucederá cien veces que la mente tienda a vagar sin que uno lo note pero con paciencia se deberá volverla a traer al objeto.
No se deberá razonar sobre el objeto sino solamente absorberlo, extrayendo su contenido.
El cuerpo deberá estar relajado mientras se realiza la concentración y tampoco se deberá llevar la concentración al punto del cansancio cerebral, por pretender hacerlo bien por demasiado tiempo.
Unos pocos minutos cada vez es suficiente para empezar y se podrá ir prolongando el lapso de tiempo. Lo importante es la regularidad.
Hay que evitar el estado de trance porque este no es el propósito de la concentración. El propósito es adquirir conocimiento y educar la mente.
El hábito de la concentración tiende a fortalecer la mente y no tiene un fin en si mismo sino que es un medio para llegar a que la mente se convierta en un instrumento cuyo dueño puede usarlo a voluntad.
La concentración produce la agudización de la mente para dirigirse hacia el objeto de conocimiento. Este es el paso de la concentración hacia la meditación y el principio de la espiritualidad.
Bibliografía: «El Poder del pensamiento» de Annie Besant, Editorial Kier, 12a.Edición, 1980 – Buenos Aires