La Iluminación
“…la virtud iluminada por la razón es la tendencia natural de nuestro ser que tiende hacia el bien.” Leibniz
En este mundo de objetos, donde las personas viven sus vidas anhelando cosas materiales que aún no tienen, hay también un deseo generalizado de trascendencia.
La búsqueda del sentido de la vida, el interés por la filosofía o el estudio de religiones comparadas es hoy en día un fenómeno frecuente tanto en la gente común como en personas intelectuales.
Más que el interés espiritual sobre estas cuestiones trascendentes, parece ser más, la necesidad de llegar a experimentar otros estados de conciencia que no conocen, diferentes al dormir, soñar o estar despierto. De modo que sigue siendo un deseo tan material como cualquier otro.
Como antes algunos soñaban con tener una casa o un auto, ahora desean tener la experiencia de la iluminación.
Pero la iluminación no es una cosa, ni tampoco consiste en lograr un viaje astral, sino que es un estado de conciencia más elevado, que permite darse cuenta cómo funciona la realidad, ver su sentido y lograr la certidumbre sobre la existencia de Dios.
Esta posibilidad que antiguamente tenían sólo los profetas y los sabios, puede estar ahora al alcance de todos.
A medida que el hombre avanza en la comprensión de la naturaleza, cada día más personas quieren llegar a este estado de conciencia en que la mente se transforma y es increíblemente sensible y muy poderosa como medio de conocimiento.
Los deseos incumplidos producen en el hombre un desequilibrio entre como quiere que sean las cosas y como son en realidad y el apego a las cosas es la barrera más importante para el desarrollo de la espiritualidad.
El sufrimiento humano comienza con los deseos y sólo eliminando los deseos se puede llegar a la expansión de la conciencia.
Este estado mental, sin deseos, codicia, venganzas u odio es la paz interior que necesitamos para llegar a la iluminación; y recien entonces somos libres.
La iluminación es para los orientales lo que el estado de gracia es para los cristianos. No es una novedad, es algo que el hombre atento y verdaderamente consciente pudo hacer desde el principio de los tiempos.
Los orientales nos dicen que no sólo el desapego nos permite despertarnos a una nueva realidad. Los otros pilares básicos son la moralidad, la meditación y la sabiduría, considerando que lo más importante es saber cómo debe vivirse la vida.
San Agustín nos dice que todas las proposiciones que se perciben como verdaderas son tales, porque han sido previamente iluminadas por la luz divina. Lo que hace posible la percepción de lo inteligible es la irradiación divina de lo inteligible.
Hay una luz eterna de la razón, gracias a la cual hay conocimiento de la verdad, que se puede comparar a la visión de las cosas por los ojos, ya que nada veríamos sin ellos.
La iluminación hace posible el juicio verdadero en tanto que verdadero, llevando lo sensible a lo inteligible y cuanto más activa es el alma más se destaca el papel de la iluminación.
Tanto Santo Tomás de Aquino como San Agustín no aceptan que el hombre pueda llegar a un conocimiento inteligible si la luz humana no es de algún modo una “luz participada” porque después de todo San Agustín como Santo Tomás admiten que el intelecto humano ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza.
Muchos estudiantes de teología en los Estados Unidos experimentaron la certeza de la existencia de Dios, en estados alterados de conciencia.
Este estado se puede lograr practicando la concentración a través de la oración, la meditación y también se puede llegar a experimentar en ocasiones de accidentes graves o en situaciones de experiencias cercanas a la muerte.
Pero la experiencia de morir y renacer además de resultar emocionante podría llegar a ser también aterradora. Porque la conciencia interior, elige lo que quiere ver cuando logra acceder a una realidad que lo contiene todo y no siempre puede creer que se merece lo mejor.
Es necesario no exponerse estando solo y utilizar la ayuda de soportes o apoyos de personas experimentadas para intentar la búsqueda del espacio interior o la libertad interna.