La mente como un Iceberg.
Freud dijo en una oportunidad que la mente es como un iceberg, sólo vemos una cuarta parte de lo que es en realidad.
Tres cuartas partes se hallan bajo el agua, inaccesibles a nuestra elucidación conciente.
Esta metáfora nos enfrenta con la noción del Inconsciente y de todo aquello que es inalcanzable al entendimiento de la mente humana.
La conciencia es solo una ínfima porción de lo que implica el psiquismo. No solamente de modo individual, sino también colectivamente. Hay mucho a lo que no accedemos.
Frecuentemente nos vemos inclinados a querer tener respuesta para todo. Intentar encontrar un sentido y explicación a cada cosa y nos hallamos rodeados de discursos que nos aseguran que conocernos a nosotros mismos es una tarea posible y sencilla.
La realidad es que esto no es así, y justamente en estas características radica la complejidad y lo apasionante de la mente humana.
Nunca terminaremos de conocernos en totalidad. Y tendremos que vivir con esa sensación de incompletud.
La ciencia ha avanzado muchísimo pero aún así en este área en particular, en lo referido a la psiquis, está plagada de baches y lagunas.
Hay muchas cuestiones, en lo referido al psiquismo, que no poseen una explicación científica, precisamente porque para llegar a estas conclusiones, hay que poder establecer parámetros que igualen, y agrupen en torno a características.
Y, si bien se ha llevado a cabo con muchas cuestiones, la singularidad del ser humano, la diferencia, hace que algo siempre escape a estas generalizaciones.
Por esto, el trabajo terapéutico, desde el Psicoanálisis, es orientado a esa singularidad.
Porque mas allá de las características comunes que podemos establecer en determinadas patologías o rasgos compartidos, el síntoma es particular, ocupa un lugar distinto para cada quien.
Nunca es igual lo que ese rasgo o característica significa para cada sujeto.
El ser humano ha intentado históricamente dar respuesta a todos los acontecimientos, del entorno y de sí mismo.
Esto es porque lo desconocido produce temor. Y aquello que podamos conquistar, nombrar y explicar se nos vuelve más tolerable.
Al adaptarlo a nuestro entendimiento nos permite creer que controlamos lo que pasa a nuestro alrededor, que somos agentes de lo que decidimos y del entorno en el que vivimos, y no meros efectos.
Esta necesidad, sin embargo, se vuelve contraproducente. En tanto no nos permite comprender que esta tarea jamás podrá ser completada.
Se nos vuelve un imperativo, donde luego, todo aquello que no comprendamos o podamos explicar se transforma en peligroso, en enemigo.
Así, lo que no entra en nuestra conciencia, lógica, racional, o todo lo que no comparte los códigos culturales, suele ser marginado o expulsado.
Este es un mecanismo social de defensa. Que busca proteger de lo desconocido, de todo aquello que amenace el statu quo a duras penas conquistado y en constante potencialidad de romperse.
El verdadero trabajo es entonces el de aceptar lo inconcluso, el sin-sentido, lo inconsciente, lo que escapa a nuestras posibilidades de entendimiento, lo diferente, lo irracional, lo loco o raro, la incertidumbre.
Aceptar esto es no luchar por intentar explicar todo, convivir con ese no saber.
Ese es el trabajo psicológico más complejo y central que se puede transitar. Y el más difícil de lograr.