La Violencia en el Fútbol
Sabemos que la violencia en el fútbol es un fenómeno frecuente. La conducta del hincha es un modo de ser que imita al hombre primitivo que de la misma manera se defendía de las fieras o de sus enemigos congéneres, con la diferencia que ellos protegían sus vidas y los concurrentes a las canchas sólo defienden una camiseta.
En un partido, cualquiera que sea, se pone en evidencia la carga emocional que muchos arrastran de otras cuestiones personales que no tienen que ver con el deporte.
El fútbol, pasión de multitudes, cuya principal protagonista es la pelota, lleva a sus adeptos a arriesgar la vida sorteando proyectiles que vienen desde todas direcciones;
expectativa menor para un concurrente habitual porque también puede ocurrir que incendien las tribunas, tiren bombas de estruendo, se trencen en peleas sangrientas o provoquen graves avalanchas con consecuencias inimaginables.
Como suele pasar cuando la gente tiene la oportunidad de perderse en el anonimato de las masas, nunca alguien es responsable de los inexplicables hechos que ocurren en una cancha.
La conducta en los estadios se asemeja a una recreación moderna del circo romano, cuando el derramamiento de sangre se festejaba con gran entusiasmo.
El análisis del comportamiento de las multitudes deja al descubierto que ciertos hombres aprovechan para hacer las cosas más terribles cuando saben que pueden salir impunes. La multitud modifica la conducta individual porque pueden hacer todo aquello que jamás harían estando solos.
La persona individual se fortalece en una patota y todo el grupo obedece sin cuestionar a su líder, a quien consideran su ídolo, que es generalmente el más violento.
Ser integrante de un grupo de esta naturaleza es una oportunidad que tienen los débiles de trascender sus limitaciones, porque los demás se convierten en parte de él mismo que le conceden el coraje que no tiene. Así se atreven con otros a delinquir porque el delito pierde su verdadero significado cuando se comparte.
Puede ser que uno solo del grupo sea el que tire la piedra que puede llegar a terminar con una vida pero los demás se regocijan, colaboran y además lo incentivan; porque el placer sádico del sufrimiento ajeno tiene su climax, recién cuando alguien cae herido de muerte.
En realidad se hace evidente que la victoria o el fracaso del encuentro es secundario, porque lo verdaderamente excitante es el enfrentamiento con los adversarios. Esto es lo que se busca en las canchas, más que ver un partido, medirse cuerpo a cuerpo en cada ocasión con los rivales.
Confucio, cinco siglos antes de Cristo, era un maestro que creía en la bondad intrínseca de la naturaleza humana. Decía que en una sociedad, cada ser humano se encuentra siempre rodeado de relaciones y de la forma en que nos comportamos con ellas depende nuestro destino. El secreto de la relación ideal es la empatía o sea la comprensión de los intereses y sentimientos de cada uno.
Sus doctrinas se basan en la aceptación de un orden social donde cada individuo tiene obligaciones respecto de los que están más arriba y responsabilidades respecto de los que están más abajo. Es un método para vivir una vida de bondad en este mundo y para organizar una sociedad estable.
Para Confucio ser noble vale más que la vida misma porque implica un sentimiento de humanidad hacia los demás y de respeto por uno mismo, que es lo que hace posible la convivencia. La persona debe ser educada para hacer frente a cualquier eventualidad, ni el éxito se le subirá a la cabeza ni se amargará ante la adversidad, y el cambio de una sociedad se puede lograr, si empieza en el interior de nosotros mismos.
Dice Confucio:
Si hay rectitud en el corazón habrá belleza en el carácter
Si hay belleza en el carácter habrá armonía en el hogar
Si hay armonía en el hogar habrá orden en la nación
Si hay orden en la Nación habrá paz en el mundo
La Educación lleva al hombre a ser completamente humano. La persona buena es la que siempre intenta ser mejor.