Psicología

¿Por qué no puedo decir No?

Publicado por Lic. Maria V.

Por más que parezca sencillo, decir que «No» requiere de grandes esfuerzos psíquicos.

Una de las razones fundamentales de por qué cuesta decir que no, es simplemente que uno ha aprendido que agradar a otros es una característica de gran valor.

En muchas familias la transmisión de la imagen personal que uno da a otros es prácticamente central. Y muchas personas crecen creyendo que lo principal es no defraudar o rechazar a nadie. A costa, por supuesto, de su propia salud.

Esto tiene base muchas veces en cuestiones dogmáticas religiosas, ideas de entrega al prójimo y solidaridad, que generan gran culpa cuando la persona quiere poner límite o atender a cuestiones propias.

En estos contextos se encuentran personas que basan su propia autoestima según la valoración de los demás. El reconocimiento ajeno se vuelve muy importante para que el sujeto se valore a sí mismo.

Dice que sí y complace a todos porque necesita de la apreciación y valoración de éstos para sentirse seguro. Una seguridad que, por supuesto, nunca termina de afianzarse, porque depende de cuestiones ajenas. Y, si aún haciendo todo para agradar, alguien lo rechaza, o no logra su objetivo de complacer, la frustración es tan grande que incluso puede implicar un derrumbe psicológico. El sujeto se erige gracias a los demás, sino se cae.

Otra razón importante es que decir que No, nos enfrenta a la pérdida de amor. Para Freud, lo que el niño teme fundamentalmente es la pérdida de amor de los padres. Por eso, en gran parte del desarrollo el niño intentará llevar a cabo acciones para agradar a sus padres. Si hace algo por lo que los padres lo retan, temerá perderlos. Por eso, es clave que los padres permanezcan sosteniendo a la vez que ponen límites. El niño entenderá que los padres pueden decirle que no y aún lo seguirán queriendo.

En el caso en que esto no ocurra, muchos crecerán creyendo que el No nos expone a la pérdida de amor, y no lograrán decir que No por temor a que esto ocurra.

Lo cierto es que en el No, siempre hay implícita la posibilidad de una pérdida. Como en toda elección, el poner límite implica poder perder algo, y muchas veces eso es muy difícil de tolerar.

Poder decir que No está también asociado al reconocimiento de las propias limitaciones. Cuando el límite se pone a otros, también se construye en nosotros mismos.

No poder poner límite, o no haber recibido un límite impuesto de buen modo, puede hacer creer a la persona que puede lograr cualquier cosa. Así, muchas veces decir que sí a todo es un modo infantil y omnipotente de creer que no hay límites temporales ni materiales que puedan contrariarlo. Que podrá hacer lo del otro y lo propio. Hasta luego confrontarse con la realidad de no poder efectuarlo, y la consecuente frustración.

En muchos casos el no poder decir que no, va acompañado de una dificultad posterior en el cumplimiento. Lo cual genera mucha más culpa.

El No es un término muy importante. Es lo que marca la diferencia entre yo y el otro. Es lo que permite la identidad, la diferencia, la singularidad, la privacidad. El No es el símbolo de todo esto.

Si psicológicamente no hay un terreno preparado para que el sujeto pueda sentirse y desarrollarse de modo autónomo, entonces el No, no encontrará lugar para desplegarse. Siendo complejo tanto el poder decir no, como el poder tolerar cuando otros se lo dicen.

El No, es la barrera saludable, es límite y contención. Es la esencia del individuo y lo que permite la construcción de un camino propio. Por eso es tan importante poder reconocer cuando tenemos dificultad para marcarlo, y trabajar en las cuestiones inconscientes que lo condicionan.