Etapas del Duelo
Sólo da consuelo, elaborar el duelo.
El fallecimiento de una persona que queremos, es un acontecimiento que nos enfrenta a nosotros mismos cara a cara con la muerte. Lloramos la pérdida de un ser querido pero esas mismas lágrimas también expresan nuestra tristeza por tener algún día que despedirnos de nuestro propio cuerpo.
Un funeral es la oportunidad que tenemos para recordar que somos mortales, condición que debería estar presente en cada momento de nuestra vida; porque la muerte le da sentido a la vida; porque tener plena conciencia de la muerte nos permite apreciar la vida y descubrir el verdadero valor de las cosas.
Las personas ancianas son las que se aferran a la vida con mayor entusiasmo. La sabiduría les permite perder el miedo a la muerte y sentirse libres para disfrutar hasta de las pequeñas cosas; actitud muy diferente a la de los jóvenes que juegan con la muerte y la desafían, para sentirse vivos.
La peor pérdida que se puede concebir es la de un hijo, porque no tiene explicación, y el hombre necesita saber el por qué de las cosas. Por otro lado, naturalmente estamos programados para morirnos antes que ellos, ya que obviamente somos mayores.
La gente suele matar con el pensamiento, a los violadores, asesinos de niños, terroristas y hasta a personas que aman pero que a la vez también odian. Esos pensamientos quedan en la memoria y dejan una huella muy profunda que no se olvida.
Por esta razón hay que perdonar todo a todos cuando están vivos y quedar así reconciliado con los muertos, ya que los duelos sin elaborar pueden tener esta causa, una hostilidad oculta sin resolver que nos hace sentir culpables de su desaparición; porque la impotencia, el resentimiento y la culpa no nos permiten elaborar los duelos.
Cuando fallece una persona los deudos más cercanos pasan por una etapa de negación. – No puede ser que esté muerto, todavía está vivo, no puedo creerlo -; y suelen hablar de él en presente, como si aún estuviera vivo.
Es importante para uno mismo estar presente en el momento del fallecimiento de alguien que hemos querido, pero no todos pueden hacerlo, porque esta posibilidad nos permite tomar conciencia de su muerte y evitar la etapa de la negación por mucho tiempo.
Por otro lado sirve para desmitificar el momento de la muerte que usualmente no es como la mayoría lo imagina. En general la gente muere plácidamente y tranquilamente, esté o no medicado, no se retuerce ni se desespera ni se asfixia, como alguno podría suponer, porque lo último que hace un moribundo es expirar.
Una vez superada la etapa de la negación de un duelo, aparece un sentimiento de agresividad, enojo, disconformidad con el suceso que no se puede todavía aceptar. La persona puede tener accesos de violencia, ataques de llanto y conductas destructivas, tratando de proyectar culpas y buscar chivos expiatorios y culpables.
Esta etapa de ira puede ser muy intensa y a veces puede durar mucho tiempo. Es importante recordar que cada persona procesa el duelo a su propio ritmo y no hay un tiempo establecido para superar cada etapa. La ira puede ser dirigida hacia uno mismo, hacia los demás, hacia la persona fallecida o incluso hacia Dios o el universo.
Después de la ira, a menudo viene la etapa de negociación. En esta etapa, la persona puede tratar de hacer tratos con Dios, con la vida o consigo misma. Puede haber pensamientos como «Si hubiera hecho esto o aquello, tal vez él o ella todavía estaría aquí». Esta etapa puede ser muy dolorosa, ya que a menudo implica un sentimiento de culpa y remordimiento.
Por último llega la aceptación, el momento de tristeza que corresponde, la depresión reactiva que indica que se ha aceptado la desaparición física de esa persona y que se manifiesta como expresión de dolor.
Elaborar el duelo significa aceptar la muerte del fallecido e incorporar ese hecho a la identidad. Expresar las emociones es un signo de salud mental, porque si se reprimen, tanto el placer como el dolor, esa energía acumulada puede producir trastornos de la personalidad severos.
La aceptación no significa que la persona haya superado completamente la pérdida, sino que ha aprendido a vivir con ella. La persona puede seguir sintiendo tristeza y añoranza, pero ya no se siente abrumada por estas emociones. La aceptación puede llevar a la persona a encontrar nuevas formas de recordar a la persona fallecida y a encontrar un nuevo sentido en la vida sin ella.